Las tumbas están en su sitio. Reposan los cuerpos, pero vaya uno a saber si sus almas descansan, porque no pocas leyendas hemos creado y recontado los vivos a partir de estas muertes: hipótesis y especulaciones, cierto, pero que aún hoy salen a relucir en conversaciones mundanas.
 
Son casos que coinciden entre sí porque causaron gran impacto en los medios y en redes sociales, porque desataron fuertes polémicas judiciales y porque desde el principio han estado provistos de un cierto –¿mexicanísimo?– halo político.
 
De entre otras tumbas, destaca la que a ojos del visitante resultaría más atractiva. Es de la niña Paulette Gebara Farah (2005-2010), sita en el número A-208 del Panteón Francés de San Joaquín, en la Ciudad de México; provista de rehiletes multicolores que giran con el viento, flores refulgentes, así como arbustos y césped pulcramente cortados.
 
Llegando al gran cementerio, sorprende constatar que el sepulturero conoce perfectamente el camino hacia este sepulcro, toda vez que se trata, dice, de un sitio muy frecuentado por familiares de la difunta, pero también por ciudadanos comunes y visitantes de otras lápidas, que aprovechan para llevar flores a la pequeña, quien ganó simpatía pública.
 
Muchos mexicanos recuerdan los pormenores del caso Paulette, que en marzo de 2010 puso en aprietos a autoridades del Estado de México, encabezadas por el entonces procurador, Alberto Bazbaz Sacal, y con el seguimiento del propio gobernador, Enrique Peña Nieto. De aquella historia, destacaron las acusaciones no probadas en contra de la madre de la niña, así como la no localización oportuna de un cuerpo que, al final, sería hallado, oficialmente, en la propia recamara.
 
Tan “conmovedor” fue el caso Paulette que universidades de provincia han organizado tours por carretera para visitar su tumba, tal y como lo deja ver un anuncio del Centro de Estudios del Valle de Iguala (CESVI), que al parecer la utilizó como material de estudio para un concurso regional.
 
Otra tumba cuyo morador pudiera no estar descansando –bastante más modesta, al no poseer lápida que lo identifique y por estar dentro del espacio sepulcral de la familia de la esposa– es la de Sergio Ortiz Juárez (1945-2009), policía retirado a quien los boletines de medios de la Procuraduría del Distrito Federal le añadieron un alias que le daría fama: El Apá.
 
Ubicada en el número 296 de la decimosexta calle del Panteón Francés de La Piedad, colonia Doctores de esta ciudad, yace Ortiz Juárez, quien nunca pudo defenderse de una severa acusación por parte del Gobierno del Distrito Federal: de integrar una banda de secuestradores denominada De la Flor y de orquestar la muerte del joven hijo del empresario Fernando Martí. Todo ello, a mediados de 2009.
 
Víctima de balas que le dispararían desconocidos, casi el día en que se fincaba el acta acusadora, El Apá permaneció en estado de coma durante la etapa crucial del proceso, contando apenas como defensores a su esposa y dos hijos profesionistas, quienes hasta ahora mantienen la convicción de inocencia para su familiar.
 
Caso bastante enredado en lo político, en virtud de que confrontó a los gobiernos capitalino y federal, instancias que presentarían al público diferentes “presuntos responsables” del crimen: La Flor, según el procurador Miguel Ángel Mancera, y Los Petriciolet, de acuerdo con Luis Cárdenas Palomino, de la Policía Federal.
 
Y en esas del diferendo siguen, hasta hoy.
 
Otra tumba que pudiera estar “sin sosiego” –retomando el título del libro del escritor inglés Cyril Connolly–, se localiza en el nicho F-12 de la Catedral de Campeche, Campeche; la del ex secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño (1971-2008).
 
Si bien la causa oficial de la caída de su avión, un Learjet 45, fue un “error del piloto”, tras haber enfrentado la turbulencia que le traería una nave mayor que viajaba adelante–, las dudas en torno al suceso resultaron tan ruidosas como lo fue el propio impacto de la caída del jet, en pleno Paso de la Reforma.
 
No era para menos: fallecía Juan Camilo Mouriño, el principal secretario del régimen y amigo más cercano del presidente Felipe Calderón. También a bordo, José Luis Santiago Vasconcelos, el Zar Antidrogas de México. Casi nada… para hacer volar la especulación.