Es cierto que el atentado contra un restaurante de comida rápida en la ciudad de Múnich en Alemania, hace pocos días, fue obra de un perturbado. No tenía nada que ver con los ataques cometidos por el DAESH.

 

Este joven asesino se declaró iraní y alemán. Se trata de un chiita cuya pugna con el sunismo es permanente. Por lo tanto, no podía pertenecer al mal llamado Estado Islámico que es suniita. En todo caso se llevó la vida de nueve jóvenes con él. Da igual si fue un lobo solitario del DAESH o una mente enferma.

 

Pero lo cierto es que Europa vive en un sinvivir permanente. Los primeros atentados estaban muy espaciados en el tiempo. Primero vino Madrid en 2004. Casi 10 años más tarde fue el de Londres y los ataques contra los camiones. A partir de ahí comenzaban a ser recurrentes.

 

Francia se llevaba la peor parte con cinco atentados perfectamente organizados en el último año y medio. Pero también han sido objetivo terrorista del DAESH países europeos tan distantes como Bélgica, Alemania o Dinamarca.

 

Tampoco hay que olvidar que, gracias a los servicios secretos españoles, la Península Ibérica ha podido abortar varios atentados en gran escala. Lo mismo le ha ocurrido a Italia. Y ello no hace sino reafirmar el hecho de que, cualquier punto de Occidente es susceptible de ser objetivo del terrorismo islámico. Y cuando digo Occidente no sólo me refiero a Europa. En Estados Unidos ha ocurrido otro atentado del DAESH, recientemente en la ciudad de Orlando en el estado de Florida.

 

Y aquí, querido lector, concurren dos problemas. Por una parte el miedo. En cada atentado nos damos cuenta de que nos llevan una ventaja considerable. Mientras nuestros servicios de inteligencia no terminan de coordinarse ante un terrorismo que es nuevo para nosotros, ellos viven instalados en Europa, conocen perfectamente los distintos idiomas, la historia y la cultura europea. Algunos llevan dos o tres generaciones en el Viejo Continente. Son europeos-musulmanes que se han radicalizado gracias al inextricable mundo de la Internet o a su falta de integración en Occidente sin intentar amoldarse a las costumbres europeas.

 

A pesar de los años que llevan en Europa, algunos de ellos han conservado sus tradiciones endogámicas prolongándolas hasta el paroxismo y adaptando su religión a su modo y manera. Pero ellos mismos saben que el islam no es eso. Ni mucho menos. El islam quiere decir paz, pero los pocos fanáticos que hacen mucho ruido tergiversan las enseñanzas del profeta Mahoma y hacen de la religión una excusa para matar.

 

Hay una segunda consecuencia, casi más peligrosa que la primera. Cada atentado del Estado Islámico supone un río de votos para los populismos que recorren Europa y América a la velocidad de los vientos alisios.

 

En Austria, la extrema derecha puede vencer en otoño. Peor está la situación en Francia donde la opinión pública culpa al presidente Hollande y a la clase política en general por golpear una y otra vez a las posiciones del DAESH en Siria e Irak desde hace casi cuatro años. La venganza son esos cinco atentados. Por eso cada vez más se inclinan a la extrema derecha de Marie Le Pen. Con un discurso populista, Le Pen va sumando votos y adeptos. No sería descartable tener una Presidenta francesa escorada hacia la extrema derecha.

 

Caso aparte es el de Donald Trump. Sabe capitalizar cada atentado, cada disparo; los atentados recientes de Orlando o los policías por problemas raciales son llamados al voto para un tipo que podría convertirse en el sheriff del planeta más que en el próximo Presidente de Estados Unidos. Trump parece un tipo peligroso. Mucho más que Bush y sus oníricas armas de destrucción masiva.

 

Así están las cosas cuando nos vamos acercando a las citas electorales y el DAESH sigue recorriendo Europa como Pedro por su casa.