En una de las últimas entrevistas que le hice a mi admirado Carlos Fuentes, éste calificó a Hugo Chávez de “payaso continental”. Esa frase tiene muchos padrinos. Miren que hemos visto las diversas y versátiles mofas de Donald Trump. Las ha hecho contra México y los mexicanos a pesar de que muchos de nuestros compatriotas trabajan de sol a sol en Estados Unidos y con su esfuerzo ayudan a que el país fructifique. Qué más quisiera tener a gente tan trabajadora como la nuestra. El personaje en cuestión debería lavarse la boca antes de hablar mal de nuestro México. Pero sus lindezas han seguido contra los hispanos y homosexuales y discapacitados. También contra alguno que otro líder mundial. Ni qué decir tiene que a los demócratas los lleva por el sendero del chiste fácil y la humillación simplona. Pero tampoco se han salvado de la burla sus propios compañeros de partido.

 

Donald Trump es un faltón sin cultura ni educación que juega a ser un demiurgo. Pero para categorizarlo a su semidios terrenal le hace falta mucho -¿habrá oído el personaje en cuestión hablar del Renacimiento o la Revolución Francesa? ¿Tendrá un mínimo conocimiento de dónde se encuentra Marruecos, Bulgaria o Portugal? ¿Conocerá quiénes son sus gobernantes? Mucho me temo, querido lector, que el personaje en cuestión debe conocer lo que ocurre en su casa y poco más. Pero mi capacidad de sorpresa, con este personaje de ficción en cuestión, es cada día mayor. Si ya ha caído bajo en la humillación hacia tantas personas, su catadura moral se esconde en los detritos de las atarjeas intelectuales cuando recientemente se burló de un bebé y su madre porque la criatura comenzó a llorar en uno de sus mítines. ¿Que cómo terminó? Pues expulsando a madre e hijo del circo que había creado. La verdad, casi mejor. Les hizo un favor.

 

Siempre va queriendo hacer gracia y ser gracioso cuando lo único que nos demuestra es su propia vejación, una vejación personal creada en los vericuetos intelectuales tan vacíos como entelequias. Sus sinapsis no llegaron jamás a encajar unas con otras o, es que, tal vez los libros, la Academia que nos enseñaron los griegos o todo al mismo tiempo le producen una urticaria con sarpullidos en su cerebro tan atrofiado como su alma ególatra. Creo que los ciudadanos estadunidenses se merecen a un candidato a Presidente mejor que el personaje en cuestión. Ser Presidente del país más poderoso del planeta es algo demasiado serio como para que lo ostente la bisoñez de alguien alto en estatura, maduro en edad, pero pueril en cultura. Sobre el personaje en cuestión -de cuyo nombre no quiero acordarme como escribe el Quijote- y la distante, pero centrada y cartesiana Hillary Clinton, no tengo ninguna duda. Es cierto que Clinton puede pecar de soberbia y tics arrogantes. Sin embargo, el otro personaje es un niño peligroso que quiere ser el delegado de su high school que representa los Estados Unidos. ¡Cuánta razón tenía mi admirado Carlos Fuentes cuando hablaba de los payasos continentales!