A estas alturas del partido dudo mucho que alguien no haya entendido la guerra abierta que existe entre el islamismo radical y Occidente.

 

Pero quisiera hacer una distinción que me parece fundamental para aclarar lo extraordinario que representa ser musulmán.

 

El islam, que quiere decir paz, predica los mismos valores que el resto de las religiones. La solidaridad, el amor y la paz son preceptos tatuados en el Corán como en la Biblia. Cualquier escritura sagrada ensalza los mismos valores. Esto lo escribo, querido lector, porque es injusto que aquí, en Occidente, parte de la opinión pública meta en la misma coctelera a moderados, radicales, extremistas y a aquéllos –muy pocos– que parapetándose en las enseñanzas del Corán e interpretándolas a su antojo, se dedican a asesinar. Contra ellos hay que arremeter, pero en ningún caso contra en islam, cuya riqueza y sabiduría es tan versátil como ancestral.

 

Ahora bien, dicho esto es claro que el DAESH mantiene una cruzada contra Occidente. La historia se repite. Siempre lo hace. No hay más que recordar las guerras intestinas entre las cruzadas y los sarracenos en la búsqueda del Santo Grial y otros “griales” que no fueron tan santos.

 

Pero en pleno siglo XXI, el DAESH, el mal llamado Estado Islámico, busca golpear cualquier punto de Occidente. Está obsesionado con acabar con todos los ciudadanos occidentales que pueda. Por eso sus soldaditos marginales que no tienen nada que perder, van por las calles de Copenhague, y París, y Niza y Londres como Pedro por su casa, sin que nadie tenga tiempo de reaccionar.

 

La policía española y otras policías europeas están siendo entrenadas para acabar con los terroristas antes de que causen víctimas. En este Estado de Derecho europeo, en donde un policía desenfunde un arma o, mucho menos la dispare, puede suponer un problema real para cualquier miembro de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. De hecho, en la guerra de Afganistán, las tropas españolas no podían abrir fuego ante los ataques de los resentidos talibanes. Sólo podían repeler las agresiones. Por eso España perdió a más de 80 militares en una guerra que, además, no era nuestra.

 

En una situación “normal” vamos a decir que todavía hay alguna excusa para no utilizar un arma. Tampoco puede ser la ley de la jungla. Pero, en ningún caso puede haber un anatema contra un miembro de seguridad del Estado cuando están para eso: para preservar la seguridad de la ciudadanía.

 

Creo que es un acierto que se esté preparando a la policía para combatir al terrorismo del DAESH utilizando los medios necesarios sabiendo que después la justicia no caerá sobre los agentes que coadyuvan a nuestra seguridad.

 

Son tiempos demasiado difíciles como para que lo compliquemos aún más. Es el momento de recuperar la conciencia de lucha contra un terrorismo silente, pusilánime, desconocido, que no se ve, pero que su sofisticación roza la perfección. Es momento de combatirlo y de encontrar la manera de hacerlo. No se trata de un terrorismo convencional. No. Éste es un terrorismo tecnológico que da pasos de gigante cuando nosotros aún los damos de hormiga.

 

Pero te recuerdo, querido lector, que no podemos confundir a un reducto de unos pocos que hacen mucho ruido con lo extraordinario que es el islam.