La jornada terminó y no he comido, pero es mejor apurar mi regreso a casa, la lluvia amenaza. La bici está afuera y, como casi siempre, tengo la mala sensación de que al salir no la encuentre, como ya me pasó hace unos meses.

 

Antes de que se nuble más y que aumente el tráfico por la salida de los oficinistas cruzo al otro lado de Reforma para tomar el carril bici en dirección al norte…aunque he de confesar que algunas veces en el tramo para llegar al Ángel de la Independencia uso el carril que va rumbo a Chapultepec, más por cuestiones prácticas que por rebeldía.

 

¡Cómo me hace falta el MP3 para hacer más motivadora mi travesía!, pero ese también me lo robaron… admito que soy de esas rebeldes -en esta ocasión sí- que gustan de escuchar música, a sabiendas de que no es recomendable, sobretodo por cuestiones de seguridad, pues distrae los sentidos.

 

Mi protección son las luces y la pericia que a veces me juega malas pasadas y alguno que otro susto; pero ya con el camino andado a diario sé dónde debo estar más alerta.

 

 

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Uno de los cruces más peligrosos es el de Reforma e Insurgentes, porque los automóviles van en cuatro direcciones y además está el Metrobús; por si fuera poco están los policías de Tránsito que generan más caos que si no estuvieran ahí. (3ª foto)

Logro pasar ese punto y dejo, sólo un poco, de pensar en mi hambre y en la música que no escucho; pero también en que todos somos cafres: como peatones, ciclistas y automovilistas. Lo veo a cada momento, quizá es una cuestión social como en plan ‘pues yo quiero pasar, llevo prisa y me aviento’; lo más ridículo es que todos nos indignamos, pero todos somos iguales, unos más y otros menos, pero iguales.

 

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Sólo unos minutos después de pasar Insurgentes encuentro otro cruce nada fácil. A la altura de la Glorieta de Colón hay una curva, ahí mismo está la entrada/salida de autos de un hotel, una base de taxis y encima más vehículos estacionados; la visibilidad no es buena y no alcanzo a ver los autos que dan vuelta; un “vocho” que viene a toda velocidad pone a prueba mi pericia.

 

 

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Lo que resta del carril bici hacia “El Caballito” el recorrido es más tranquilo, a excepción del entronque con la Línea 4 del Metrobús; el semáforo a la altura de Donato Guerra dura muy poco y eso sí me genera cierto nervio.

 

 

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Doy vuelta en Avenida Juárez y no falta el peatón cafre que se para justo a mitad de carril, o el automovilista que se estaciona ahí mismo.

 

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El próximo reto es la Línea 2 del Metrobús, en ese cruce todos dan vuelta a la derecha y hay que estar atentos; en esta ocasión, cosa rara, el policía de la patrulla, muy amable, me cede el paso.

 

 

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De este punto en adelante hay que sortear a los autos. La Alameda Central está en reparación, se acorta el espacio, y pocos, mucho menos si son microbuses o autobuses, respetan la extrema derecha del ciclista. Llego al eterno semáforo de la esquina de Eje Central y Avenida Juárez, según parece, toda la gente del Centro se citó en ese punto.

 

 

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Toca mi turno en el semáforo y tomo la calle 5 de mayo para llegar al Zócalo. El terreno es más complicado por el tipo de suelo y más porque la llanta de mi bici está baja; me acuerdo que tengo hambre y veo cada vez más nublado. En este tramo debo lidiar con los peatones que caminan abajo de la banqueta porque ‘es más rápido’; lo sé porque yo también lo hago. Peatón, ciclista, automovilista.

 

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Por fin llego casa! Ahora a guardar la bici en casa, ya tenemos Metrobús y no tengo otra opción; la estaciono como dicen que hay que hacerlo, en sólo dos movimientos.

 

 

 

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