De los medios de masa a la masa de medios; del teléfono contra el aislacionismo al aislacionismo lúdico de internet; de la democracia a la oclocracia; de la información a la infoxicación; de la libertad al espionaje ficción; de la política a la tuitpolítica; de las ideologías a las marcas; de las primaveras políticas a la tecnología invernal. El péndulo oscila entre la posmodernidad y la transmodernidad. Dejamos el entorno del Big Brother para viajar al correspondiente Big Data, aunque en realidad nuestras vidas asimilan rasgos de ambas atmósferas.
Somos un conjunto infinito de ceros y unos que permutan en una memoria cuya plataforma finita y visible bien podría ser Google o Facebook, aunque en realidad, quien auténticamente tangibiliza al infinito es la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de Estados Unidos. Si el 0 +1 es terrorista, en pocos segundos viajará un dron sobre tal registro reconocido como cerebro para introducirle un misil de destrucción masivamente colateral; si el 1+0 es narcotraficante la agencia especializada en deportaciones estará emitiendo una orden en tiempo real de la captura. Lo mismo en Pakistán que en la colonia Roma de la ciudad de México, el big data estratifica, localiza y traduce ceros y unos infinitos en una ciudad, colonia, manzana, casa, nombre de la persona, y ejecuta.
Afuera de los ceros y unos se encuentran los seres humanos tan poco imaginativos que necesitan actuar para emitir señales de libertad; tan grotescos que se ríen de sus ciento cuarenta caracteres tan ridículos como mundanos; tan cínicos que aplaudimos a la NSA sus labores de espionaje.
Edward Snowden no se cansa de recordarnos a los tres mil millones de usuarios de internet en el planeta y cerca de siete mil millones de suscriptores de teléfonos celulares y dispositivos inalámbricos, que la NSA tiene interés por registrarnos en su base de datos. Su atento aviso es tan ocioso como ineficiente. El espionaje amigo es la materia excitante del voyeur.
En la transmodernidad, el hedonismo ha mutado a dígito. La acumulación de likes y seguidores en Facebook y Twitter, respectivamente, representa el premio al reconocimiento, posiblemente de la nada. De la ridiculez. De lo mundano.
El efecto mimético es el lenguaje natural en las redes sociales. La proliferación de los selfies forma parte de una liturgia transmoderna; si los habitantes del mainstream lo hacen, no existe razón inteligente que detenga el efecto. Así lo experimentó Ellen De Generes con Brad Pitt, Angelina Jolie y Julia Roberts, entre otros, la noche de la entrega de los premios Oscar al dar la patada de salida para que el mundo entero emulara la acción; de Carlos Slim con el presidente Peña Nieto, a los caperos de la información como Carlos Loret.
El invierno tecnológico ha arrasado con las ideologías políticas podadas durante la posmodernidad. Los nacionalismos han tomado forma de caricaturas simiescas. Ahí está Marine Le Pen transfiriendo simulaciones a través de su odio a la Unión Europea; Obama colgándose la medalla de profesional de las deportaciones; y Putin reconquistando Crimea. Son los últimos vestigios del nacionalismo patentado por los hacedores de mapas durante los siglos pasados. La era del big data incentiva los poderes cibernéticos.
Sobre la infoxicación revela a la máxima paradoja del comportamiento del ser humano. Abrumado por el desconocimiento de la jerarquización, los tuiteros se enteran de todo y de nada. Un ejemplo paradigmático es la visión que tiene la sociedad global sobre el conflicto en Crimea. La receta de la infoxicación no falla: infórmate para que tomes partido porque las relaciones internacionales se pueden reducir a una pelea entre buenos en contra de malos. Apoya al bueno y vencerás.
Si el presidente Putin es un autócrata, entonces todas sus políticas serán execrables, nos dicen. Si Obama es simpático y además ganó el Nobel de la Paz, entonces todas sus políticas diplomáticas serán honestas por justas, nos recuerdan. Si la Unión Europea nació para perpetuar la paz, entonces todos sus actos serán plausibles. Reducir el entramado diplomático a ciento cuarenta caracteres nos da como resultado la infoxicación, o si se prefiere, la opinocracia.
El aislacionismo lúdico de internet es el último deseo del ser gregario. Representa la última estación de la tecnología invernal. De ahí la insistencia de las marcas políticas de permanecer en tabletas, programas y aplicaciones; de lo contrario, la disipación, el desprecio. El olvido.
Adiós a big brother, bienvenido big data.