Hace tres años, cuando tomó posesión de la Presidencia de la República Enrique Peña Nieto, renació la ilusión de que el nuevo inquilino de Los Pinos traería consigo la fórmula mágica para encontrar, ¡ahora sí!, la solución a los problemas nacionales.

 

Para quienes lo habían olvidado, el viejo sistema priista inventó la costumbre siempre reiterada de prometer un mejor futuro para el país, a partir de esperanzas e ilusiones surgidas desde el día en que el PRI destapaba a sus candidatos presidenciales, mismas que consolidaban durante las campañas electorales. Invariablemente se repetía el extraño fenómeno de hipnosis colectiva que hacía abrigar esperanzas a muchos mexicanos que pensaban una y otra vez: "Ahora sí nos va a ir bien".

 

Han pasado tres años de la actual administración, y por más esfuerzos que ha hecho el Presidente de la República y su gabinete por resolver los grandes problemas nacionales, éstos siguen siendo los mismos. Hace tres años comentamos que poco podría hacer Enrique Peña Nieto para resolver la enorme cantidad de pendientes que le dejó el gobierno de Felipe Calderón: un abultado catálogo de problemas acumulados. Y nada más nos referimos a dos:

 

Miseria: The big problem. No existe ningún programa social que pueda hacer frente con éxito al infame escenario de más de 50 millones de pobres -la mitad de ellos en miseria extrema- en una población total de 114 millones de habitantes. Es probable, por ejemplo, que el nuevo gobierno modifique el programa social Oportunidades -esa Divina Providencia laica que impide la muerte por hambre de seis millones de familias-, pero aunque los cambios sean profundos el problema seguirá en pie, comentábamos hace tres años.

 

Cambió de nombre el programa y hoy las cifras oficiales y oficiosas señalan que 100 mil personas han superado la miseria, lo cual es loable, pero un par de millones han pasado a engrosar las filas de los pobres a secas.

 

Inseguridad y violencia crecientes: The big mistake. El presidente Peña Nieto heredó el saldo de la guerra anti narco, iniciada por el presidente Calderón el 11 de diciembre de 2006, que dejó 60 mil muertos en el sexenio pasado. También heredó un país hundido en la inseguridad y la violencia, a pesar de la participación de las Fuerzas Armadas -Ejército y Marina- más la Policía Federal en amplias zonas del territorio nacional. Nada permite suponer que Enrique Peña Nieto podrá detener la violencia y reinstalar la seguridad en el país, aun cuando introduzca un cambio de estrategia contra la delincuencia. Seguiremos presenciando el espectáculo de enfrentamientos callejeros de miembros de las fuerzas armadas contra delincuentes, y de las bandas criminales entre sí, advertíamos hace tres años.

 

Hoy seguimos presenciando el mismo espectáculo.

 

Antes de que arrancara el sexenio comentamos: La tradición sexenal de resurrección de ilusiones tiene, además, una vertiente que alimenta la suposición de que los integrantes del nuevo gabinete traerán consigo fórmulas cuasi mágicas para enfrentar la tarea que les espera.

 

La triste realidad ha sido que en algunos casos fueron funcionarios ilusionistas.

 

Los integrantes del primer equipo de Enrique Peña Nieto recibieron hace tres años un valioso bono de confianza por parte de millones de ciudadanos -movidos por una fe política simplona y desinformada- y por parte de observadores, comentaristas y críticos profesionales que, supuestamente, fundamentaron sus opiniones en análisis y diagnósticos políticos bien informados. Unos y otros -los desinformados y los bien informados- entregaron ese bono de confianza.

 

Hoy existe escepticismo, sobre todo de los millones de ciudadanos. La dura y ruda situación nacional sigue siendo prácticamente la misma, y las expectativas de que cambie radicalmente no son tan alentadoras.

 

Pasada la incomprensible tradición de una liturgia política sexenal, en la que millones de mexicanos esperaban que se hicieran realidad las esperanzas y se convirtieran en hechos las ilusiones, hoy la interrogante es:

 

¿Y qué sigue?

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