En una más de sus reiteradas e inútiles apariciones públicas para "limpiar su imagen", el ex presidente Carlos Salinas de Gortari calificó al senador estadunidense del siglo pasado Joseph McCarthy como "el gran demagogo de los años cincuenta".
Acertó el ex mandatario mexicano -corresponsable del "error de diciembre" de 1994 junto con su sucesor, Ernesto Zedillo Ponce de León-: McCarthy fue un impresentable y lamentable demagogo en Estados Unidos, igual que él -Salinas- fue el "gran demagogo de los años noventa" en nuestro país, por más que quiera ser reconocido como "el gran reformador del siglo XX".
Con esas credenciales en su haber, ¿vale la pena ocuparse de las opiniones políticas, económicas y sociales que nos asesta frecuentemente el "Hijo predilecto de Agualeguas", que está empeñado en la misión imposible de rescatar su imagen histórica del pantano en que la hundió? Algunos observadores políticos dicen que sí; otros que no, porque, argumentan, más de 20 años después de que terminó su infausto sexenio -1988-1994-, Salinas de Gortari no ha logrado -ni logrará en el futuro- modificar el juicio terrible de la historia que ya lo puso en su lugar. ¡Y tienen razón!
Pero no podemos dejar de comentar un par de cositas que dijo el ex presidente. La primera, que hubo transparencia en las privatizaciones que se realizaron en su gobierno de las empresas y de los bancos; la segunda, que los empresarios a quienes les vendieron los bancos no cumplieron con la promesa de ofrecer créditos baratos.
Sobre la mencionada transparencia en la venta de empresas paraestatales hay muchos casos que en su oportunidad fueron comentados y documentados por este columnista, que demuestran opacidad, por decir lo menos: La venta de ingenios azucareros, por ejemplo; la de Mexicana de Aviación, cadenas hoteleras, compañías cigarreras; la de Mexicana de Autobuses, donde hubo un buen trinquete de José Madariaga Lomelín y socios; la de Altos Hornos de México, que asignaron a uno de sus amigotes que “no tenía ni en qué caerse muerto”, en fin, podríamos mencionar decenas de empresas donde la transparencia brilló por su ausencia.
Y en cuanto a la venta de los bancos, el error de Salinas, Aspe, Ortiz y todos los que intervinieron en el proceso, fue haberlos “preasignado” a los grupos de “casabolseros” que tenían hambre de otros negocios, y que la única banca que conocían era la de su escuela. No me va a decir, señor licenciado Carlos Salinas, que en la operación de Banco Mexicano Somex (marzo de 1992), donde el señor Eduardo Creel ganó la subasta pero cuando llegó la fecha para liquidar dijo que no tenía la cantidad que había ofrecido, por lo que se vio en la penosa necesidad de “echarse para atrás”, no se dio cuenta de que “olía feo”. Para quienes ya lo olvidaron o nunca se enteraron, la decisión de “rajarse” del señor Creel le costó perder 50 mil millones de pesos, que era el importe del depósito. Pedro Aspe y Guillermo Ortiz lo elogiaron diciendo que el señor mostró que “tenía muchos pantalones”, pero después “salió el peine”, cuando ambos decidieron, con la venia de Salinas por supuesto, asignarle el banco a Carlos Gómez y Gómez, Manuel Somoza Alonso y otros que habían ofrecido entre 75 mil y 100 mil millones de pesos menos. Casualmente, varios de estos últimos inversionistas habían sido socios de Creel en otros negocios. Más aún, después de varios años, Gómez y Gómez y Somoza terminaron “agarrados de las greñas” y Somoza dejó el negocio. ¡Qué casualidad!, ¿verdad?
También se le olvidó a Salinas aquella frase que dicen que dijo cuando preparaba la reprivatización de la banca: “Fórmense, muchachos, que vamos a repartir los bancos”, dirigida en especial a los “casabolseros”, porque a varios ex accionistas de la banca comercial -a quienes José López Portillo les expropió sus negocios-, Salinas y Aspe no les permitieron participar.
Eso nada más para refrescarle la memoria al ex presidente Salinas. Así que “a otro perro con ese hueso” de la transparencia en la venta de empresas paraestatales y los bancos.