Tienen razón quienes afirman que la visita del Papa a México no va a resolver los grandes problemas nacionales, de corrupción, inseguridad pública, ni mucho menos contribuirá a mitigar la grave crisis económica por la que atraviesa el país. Ese tipo de milagros no los hace el papa Francisco, como tampoco los ha hecho ninguno de los máximos jerarcas de la Iglesia católica que han estado en nuestro país. Y a las pruebas nos remitimos, como dicen los clásicos.
Hace casi cuatro años, cuando Benedicto XVI visitó México, el presidente Felipe Calderón lo recibió con un “increíble” discurso que pareció el Muro de las Lamentaciones en versión nacional, comentaron los observadores políticos objetivos e imparciales.
“La presencia de Su Santidad entre nosotros adquiere un significado enorme en horas aciagas, en momentos en que nuestra patria atraviesa por situaciones difíciles y decisivas. Son muchos los desafíos que a los mexicanos nos ha tocado enfrentar en los últimos tiempos. Lo recibe, Su Santidad, un pueblo que ha sufrido mucho por diversas razones, y que a pesar de ello hace enormes esfuerzos todos los días para llevar el alimento a la mesa de la casa, para educar a los hijos, para sacar adelante a la familia.
“México sufrió, por ejemplo, como pocos países, los efectos de la crisis económica internacional, la más profunda que hayan visto las generaciones actuales en el mundo. México también ha sufrido, Su Santidad lo sabe, la violencia despiadada y descarnada de los delincuentes. El crimen organizado infringe sufrimiento a nuestro pueblo y muestra, hoy, un siniestro rostro de maldad como nunca antes. En los últimos años también hemos sufrido sequías e inundaciones sin precedentes, fruto del daño irracional que los seres humanos hemos hecho a la naturaleza, además de epidemias y terremotos”.
Todo eso lo dijo Calderón sin inmutarse, y terminó afirmando -aunque con otras palabras- que de todos modos, haiga sido como haiga sido, las calaveras nos van a pelar los dientes porque somos un pueblo “fuerte como la roca”. Enumeró Calderón las Plagas de Egipto y los Jinetes del Apocalipsis: “horas aciagas”, “pueblo que ha sufrido mucho”, “crisis económica”, “violencia despiadada y descarnada de los delincuentes”, “el crimen organizado inflige (aunque Calderón dijo “infringe”) sufrimiento a nuestro pueblo”, “siniestro rostro de maldad como nunca antes”, “sequías, inundaciones, epidemias y terremotos”.
Era suficiente ver el rostro azorado y compungido del papa Benedicto XVI mientras escuchaba a Calderón, para tratar de leer su mente: “¿Y yo qué tengo que ver con esas tragedias?” Para rematar su pieza oratoria, Calderón le soltó al Sumo Pontífice: “Deseamos que disfrute México, sus sabores, sus colores, sus tradiciones, sus canciones.” (¡Bueno!)
¿Y qué dijo el Papa sobre el infame e impune sacerdote mexicano Marcial Maciel y las víctimas de su pederastia, hoy adultos que no olvidan la humillación? Nada. Benedicto XVI no tuvo tiempo, ni 10 minutos, para recibir a los ex sacerdotes que siendo niños sufrieron abusos sexuales por parte del fundador de los Legionarios de Cristo, como sí lo tuvo en sus viajes a Australia e Inglaterra, donde, de manera sorpresiva, fuera de agenda, escuchó, consoló y rezó con otras víctimas de crímenes iguales.
¿Por qué recordar el “increíble” discurso de Felipe Calderón hace casi cuatro años?
Pues para que hoy, con la visita del papa Francisco, los más de 100 millones de católicos que existen en México tampoco se hagan muchas ilusiones. Nada va a cambiar. Las Plagas de Egipto seguirán azotando al país y los Jinetes del Apocalipsis seguirán cabalgando.
¡Así qué…!
La misma razón asiste a quienes apuntan que debemos rechazar que se manipule y aproveche la figura de su Santidad para hacerse publicidad, promoverse o posicionarse políticamente. Ahí les hablan, Eruviel Ávila, Manuel Velasco, Silvano Aureoles et al, acotan los malosos.