Finalmente, ayer hicieron barbacoa al “borrego” que desde hace mucho tiempo circulaba: la renuncia del titular de Petróleos Mexicanos, Emilio Lozoya, y la llegada de José Antonio González Anaya en su lugar.

 

Los analistas bisoños, que no supieron leer las señales y mensajes que desde hace varios meses envió el secretario de Hacienda sobre el inminente relevo en la nueva empresa productiva del Estado –mensajes que se intensificaron a finales del mes pasado–, se quedaron perplejos por la noticia. Bueno, si el mismo Lozoya no se dio cuenta que “se lo iban a merendar”, aquéllos ni enterados de que le “estaban tendiendo la camita” a Emilio, como lo advertimos en este espacio el 29 de enero, cuando Videgaray anunció que el gobierno federal respalda y respaldará siempre a Petróleos Mexicanos, porque es un activo fundamental no sólo para las finanzas públicas sino para la economía mexicana.

 

Videgaray aprovechó uno de los tantos foros energéticos que se organizan para advertirle a Lozoya que Pemex debía enfrentar con responsabilidad el contexto y los desafíos que tiene frente a sí; particularmente la empresa, y así lo exigen la ley y las circunstancias de mercado, debe de hacer una revisión en sus costos, debe de ajustar su programa de gasto y debe ser más eficiente. ¡Tómala, Emilio!, exclamó un observador.

 

No sólo eso, sino hasta le dijo al joven Emilio qué hacer: Debe, la nueva empresa productiva del Estado, utilizar la reforma energética; asociarse a plenitud con el sector privado; concentrarse en lo que es rentable y dejar que el mercado haga otras actividades que hoy para Pemex ya no son de rentabilidad; debe entrar en el mismo proceso que están atravesando hoy las compañías petroleras del mundo. Aunque tratando de “suavizar” el guamazo, Videgaray agregó: “Tenemos el más alto grado de confianza en la empresa, en su Consejo de Administración, en su Dirección General y, por supuesto, en los trabajadores, de que habrán de estar a la altura de este reto, y el gobierno de la República habrá de darle el respaldo correspondiente a Petróleos Mexicanos…”

 

¡Primera llamada, primera! ¿O será segunda?, comentamos hace 10 días.

 

Como Lozoya no supo leer el mensaje, Videgaray mandó al subsecretario de Ingresos, Miguel Messmacher, a decirle prácticamente que si no podía con el paquete, renunciara. Y documentamos en nuestra columna del 2 de febrero: En un road show por varios medios electrónicos, Messmacher reiteró que Pemex es una empresa con viabilidad de largo plazo, que tiene muy buenas perspectivas, con un monto importante de asignaciones de campos petroleros y un papel muy relevante que jugar en el futuro en el sector, pero como que a muchos “no les ha caído el veinte”, quiso decir. Y para que quedara claro, precisó que desde el momento en que se anunció una posible capitalización de Pemex, les dijeron a los directivos de la paraestatal que también tienen que hacer su tarea, que consiste en reducir sus costos, mejorar su eficiencia, buscar mejores asociaciones, elegir mejor sus proyectos de inversión. Y sentenció: “Tampoco se trata de que el gobierno federal esté rescatando de manera permanente a una empresa que tenga faltantes…” ¡Tómala otra vez, Emilio!

 

Era obvio, pues, que le iban a dar “matarili” a Lozoya.

 

La trama del nombramiento del nuevo director de Petróleos Mexicanos es bastante parecida a la que instrumentó en el sexenio de Vicente Fox el secretario de Hacienda Francisco Gil Díaz, quien se deshizo de Raúl Muñoz Leos y le sugirió a Chente que nombrara a Juan José Suárez Coppel, hombre de todas las confianzas del secretario Gil. Fox se resistió y designó a Luis Ramírez Corzo, quien cubrió la ruta hasta el final del “gobierno del cambio sin rumbo”. A la mitad del sexenio de Felipe Calderón, éste nombró a Suárez Coppel como titular de la paraestatal, aunque Paco había pasado a mejor vida, políticamente hablando, claro.

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