Con una sonrisa abierta asomó Alberto Patishtán a la Casa de la Solidaridad. Eran las tres de la tarde del último día de octubre y era ya un hombre libre. Pero la sonrisa del profesor tzotzil injustamente encarcelado no sólo se debía al indulto recibido por el presidente de la República. Muchas otras razones le animaban a extender esa sonrisa.

 

Una de ellas, la presencia de sus hijos, Héctor y Gabriela. Muchachos a los que no vio crecer en los 13 años que permaneció en la cárcel, pero que “algo agarraron de esa semilla que yo tenía pues supieron germinarlo… y hoy los frutos los estoy viendo”.

 

Otra, los amigos, los compañeros de lucha. Aquellos dos machetes y el paliacate que le obsequiaron luchadores de Atenco como “símbolo de lucha”, al tiempo que alzaban el grito: “A Alberto Patishtán/ nadie lo indultó/ el pueblo organizado/ su libertad ganó”.

 

Pero el propio Patishtán explicaría casi al final de su conferencia de prensa –acudieron cerca del centenar de periodistas- el por qué siempre mantiene esa sonrisa. De hecho, una vez se lo preguntaron y él respondió: “Es que estoy limpio de conciencia”.

 

Esta vez, empero, se explayó: “Si dejo de reír un día, siento que fue un día perdido… Si me ven reír no se preocupen, esa es mi profesión”.

 

Tal era la sonrisa que todavía antes del año 2000 iluminó a su propio pueblo, “El Bosque” (Chiapas), y que durante más de una década acarició el alma de sus compañeros presos.

 

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ALLÁ EN PRISIÓN.- Porque allá en prisión, contaría Alberto Patishtán, me encontré “con otro pueblo, otros compañeros pobres que vivíamos dentro de la cárcel una gran injusticia; encontré caras tristes, llantos…

 

“Tuve que empeñarme a ser sacerdote, que no lo soy, para orar por los enfermos; tuve que ser sicólogo, que no lo soy; tuve que ser abogado, aunque no lo soy,  para decir más o menos lo que seguía de acuerdo a mi propia experiencia; y tuve que ser doctor, y no lo soy, cuando me preguntaban: ¿qué hay que tomar cuando duele cabeza o estómago? ¡Hasta ese punto tuve que llegar!”

 

Y es que en la cárcel, narró, nos decían: “¡Aquí acabó el Derecho, ya no hay nada qué hacer!” Y yo dije: Aquí hay mucho qué hacer…, está todo al revés”

 

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EN LA CASA DE LA SOLIDARIDAD.- La Casa de la Solidaridad se preparaba para estos días de muertos. A la entrada, en un altar cubierto de flores de cempasúchil, resaltaba la fotografía de monseñor (Oscar Arnulfo) Romero, gran defensor de los derechos humanos, quien fuera asesinado en El Salvador en 1980 mientras oficiaba misa.

 

Lucían también grandes fotos del obispo de Cuernavaca y teólogo de la Liberación, Sergio Méndez Arceo; así como la de don Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal de las Casas cuando el alzamiento zapatista. Y con ellos, más fotografías de mártires centroamericanos de los años 70 y 80 y huesos dibujados en los que se leía inscrito: periodistas, migrantes, feminicidios.

 

Esas eran las imágenes que acompañaban a Patishtán en la Casa de la Solidaridad. Ahí donde antes de decir palabra alguna y sin tener las imágenes tan claras como hubiera deseado –el profesor está perdiendo la vista a causa de un tumor en la cabeza-, recibió de compañeros de Atenco  dos machetes y un paliacate rojo, como símbolo de su lucha.

 

En torno del profesor, sus hijos, amigos y activistas. Reservado tenían lugar  Gabriela Martínez, Adolfo Gilly, Sandino Rivero, Leonel Rivero, Daniel Giménez Cacho; y representantes de Serapaz, Amnistía Internacional, del Centro Pro Derechos Humanos, de la Red TDT, de la Compañía de Jesús. Y allá en el patio, una marimba lista para los sones.

 

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¿QUÉ SIGUE HERMANOS?- Quizás lo que mejor ilustre el sentir más profundo de Patishtán esté en la imagen de su puño izquierdo en alto y en los gritos que él mismo inició al concluir su mensaje en la conferencia de prensa.

 

La última parte de éste apuntaba que su misión “sólo Dios la sabrá”. Pero que “motivos para seguir luchando y reclamar justicia” había muchos. Dicho lo cual, de pié ante las cámaras y los reporteros, lanzó tres veces seguidas: ¡Zapata Vive! Y la respuesta consecutiva: ¡La lucha sigue!

 

Después de ello, Patishtán preguntó a los ahí presentes: ¿Qué sigue hermanos? La respuesta regresó con otro grito: “¡El pueblo/ unido/ jamás será vencido!”

 

Con ello terminaría su mensaje este hombre de 42 años.

 

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GEMAS: Regalito del periodista Héctor de Mauleón en twitter: “Que dice Murillo (Karam) que la violencia en Michoacán es porque se rescató el estado, y que la violencia de antes era porque no se había rescatado”. 

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