-¡Repulsión absoluta!
Eso es lo que responde de golpe Nacho Lozano cuando le preguntamos qué le provocaba el PRI antes de escribir, junto con María Scherer Ibarra, El priista que todos llevamos dentro.
Hoy, un año después –y luego de darle vueltas a las 36 entrevistas que realizaron para este libro– este curioso periodista titulado en historia del arte, mira al casi nonagenario partido de otra manera.
Para él, el PRI ya no es sólo el autor de haber hundido al país, de haber creado mirreyes; de actuar como la Matrix, o de ser como The Big Brother (el orwelliano Gran Hermano).
Ahora, si bien no tiene una concepción final acerca del tricolor, ve en el PRI una fuerza imponente en nuestras vidas, “algo que nos explica a todos…; va la explicación de todo el universo en el PRI: ¡es el sol en el sistema solar!”.
Pero el tufillo no desaparece. A Nacho le sucede con el PRI algo como lo que describe el poeta Javier Sicilia en las páginas del volumen ilustrado por un dinosaurio con una matraca:
“Nunca he besado a un priista –rechaza Sicilia–. He besado al ser humano que está detrás de la máscara del PRI. Reconozco que es una máscara. Reconozco que es una degradación, pero que detrás de toda esa degradación, de esa máscara hay un ser humano, y mis besos iban a esos seres humanos que hay detrás de cualquiera, oscurecidos por la ideología, por la estupidez y por la prepotencia que abunda en el priismo”.
El caso es que el Revolucionario Institucional no deja de sorprendernos. Acontecen tantas historias en su seno, que podría pasar días enteros escuchando anécdotas de hoy, y de ayer, sobre este tiranosaurio rex.
Hay una historia que pinta maravillosamente la maleabilidad y el pragmatismo del priismo, y que, en un descuido, bien podría repetirse en 2018. Se remonta al final del sexenio de Luis Echeverría. La cuenta Porfirio Muñoz Ledo:
“Yo sabía que él (José López Portillo) no había sido miembro del PRI, pero él (JLP) no sabía que yo no había sido miembro del PRI. En la primera gira (como candidato presidencial), en el autobús a Querétaro, me preguntó: ‘Oiga, Porfirio, ¿usted sabe que yo no soy miembro del PRI?’. ‘Pues claro que lo sé, conozco su biografía’. ‘¿Y usted?, me preguntó’. ‘Yo tampoco’.
“’Qué curioso, qué imaginación la de Luis (Echeverría), ni el candidato a la Presidencia ni el presidente del PRI son miembros (del partido)’. Son hechos históricos”, subrayaría Muñoz Ledo a Nacho y a María para que no cupiera duda.
La imagen del PRI-dinosaurio fascina a Lozano: tienen larga vida, ferocidad, causan terror, están en peligro de extinción, pero ahí siguen; tienen colmillos enormes y una cola muy larga. Pueden ser verdes, rojos, amarillos. Se comen a los demás. Siempre dejan huella. Son hipnotizantes... También son seres de ficción, y es una máscara...”.
¿Es eso el PRI? ¿Es todo eso tal cual? ¿Es todo lo anterior y todavía más?
GEMAS. Obsequio del senador del PAN, Roberto Gil Zuarth: “En el Pacto por México vimos al pequeño priista en todo su esplendor, el antipriista furibundo, pero que quiere estar cerca del Presidente, que quiere la foto con el Presidente, que quiere el evento fastuoso, que quiere recibir el premio a las mejores contribuciones a la República, el que quiere estar en la primera fila de Palacio Nacional”.