Ayer, sin duda, fue un día de gozo para Samuel Ruiz.

 

Que no le quepa duda: Seguramente –desde el más allá– el viejo obispo de San Cristóbal de las Casas sonrió y agradeció, desde lo más profundo de su ser, la visita del papa Francisco a su tumba.

 

Porque para él, la oración del Sumo Pontífice ante su sepulcro –yace en la catedral coleta que encabezó durante 40 años– significaba toda una reivindicación a su labor pastoral.

 

Y vaya que lo merecía.

 

Antes que nada, por su labor evangelizadora; por echarse a andar (a pie y en mula) por los caminos de la selva y la montaña –de ahí que le llamaran El Caminante para llevar palabras de aliento y apoyar a los pueblos indígenas de aquella tierra.

 

Fue esa labor, sin duda –con el apoyo de más de 15 mil diáconos que llegó a formar–, con la que a lo largo de 40 años, desde 1959, Tatik cultivó conciencia en los pueblos indígenas de aquellas tierras chiapanecas sobre sus derechos humanos y políticos.

 

A don Samuel, además, se le debía un desagravio.

 

Porque fue precisamente durante el alzamiento del EZLN cuando sus adversarios –tanto dentro de las clases privilegiadas en su diócesis, como de parte del gobierno– se ensañaron con él.

 

Samuel Ruiz

Lo menos que dijeron fue que había sido él personalmente el incitador de la rebelión zapatista, que era uno de los principales dirigentes del EZLN (le llamaban El Comandante) y que las armas se guardaban en la mismísima catedral que encabezaba.

 

Lo siguieron, lo persiguieron, lo denostaron. Grupos paramilitares intentaron matarlo incluso.

 

Pero el obispo de San Cristóbal –sucesor del defensor de los indios Fray Bartolomé de las Casas– tenía no sólo un lugar ganado en aquellas tierras, sino contaba con una autoridad moral con la que nadie podía competir.

 

Su nombre y su persona fueron indispensables para encauzar el diálogo entre los zapatistas y el gobierno federal.

 

Don Samuel y el comisionado para la Paz, Manuel Camacho Solís –ambos ya fallecidos– hicieron entonces las veces de mediadores hasta lograr los llamados Diálogos de Catedral.

 

Pero ni siquiera entonces, ni la parte dura del gobierno y ni del alto clero mexicano, junto con el nuncio apostólico, reconocieron su trabajo. Al contrario. Le hicieron la vida difícil hasta que consiguieron ponerle un coadjutor en 1995.

 

Sólo que no imaginaron que ese obispo coadjutor, Raúl Vera, terminaría igual que don Samuel: Convertido por los indios.

 

Aun así, siguieron persiguiendo y golpeando la imagen del diocesano guanajuatense. Sobre todo durante el sexenio de Ernesto Zedillo, cuya inquina hacia todo lo que oliera a zapatismo –incluidos por supuesto don Samuel y Camacho Solís– le revolvía el estómago.

 

En suma, la figura del obispo emérito de San Cristóbal fue denostada en vida por el gobierno y por la jerarquía católica.

 

Y es ahora, con un papa peregrino y cercano a la opción por los pobres –como lo fue Tatik–, que desde el pontificado romano se le rinde un homenaje.

 

Porque eso significaba el rezo de Francisco ante la tumba del obispo Samuel Ruiz en una capilla contigua a la catedral cristobalense. Era todo un reconocimiento a su labor. El momento de ser reivindicado.

 

Por ello seguramente, ya de mirada a mirada entre ellos dos, Samuel y Francisco seguramente sonreirían.

 

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Momento de pedir perdón.- Van algunas líneas a destacar de las palabras del obispo de Roma a los pueblos indígenas en Chiapas:

 

“Muchas veces, de modo sistemático y estructural, sus pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad.

 

“Algunos han considerado inferiores sus valores, su cultura y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban.

 

“¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡Perdón, hermanos! El mundo de hoy, despojado por la cultura del descarte, los necesita”.

 

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GEMAS: Obsequio del papa Francisco: “Es cierto, vivir en familia no siempre es fácil, muchas veces es doloroso y fatigoso, pero creo que se puede aplicar a la familia lo que más de una vez he referido a la Iglesia: prefiero una familia herida, que intenta todos los días conjugar el amor, a una sociedad enferma por el encierro y la comodidad del miedo a amar".

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