Seguramente no es exclusivo de los políticos mexicanos, pero si en México se hubiera hecho todo lo que los políticos han prometido del 2000 a la fecha, nuestras ciudades serían 100% seguras, nos llegaría agua destilada a todos los hogares con más presión que las cataratas de Iguazú, tendríamos capacidad para desalojar las lluvias de 10 años en tan sólo un minuto, habría trenes bala de Tijuana a Cancún y una amplia red de metros en cada una de las ciudades de más de un millón de habitantes, mejores salarios que en Luxemburgo y gasolina más barata que en Venezuela.
La realidad es muy distinta. Los sueños guajiros no constituyen una visión de país, algo que sería válido, sino una promesa de corto plazo. El político mexicano informa lo que va a hacer y no lo que hizo. Me parecería válido que escribiera en un plan “Horizonte 2040” todas sus promesas, pero no que me dijera que las va a hacer y corriera a la farmacia más próxima por una pastilla de Viagra para ocultar su impotencia.
Rudolph Giuliani escribió en 2002 su libro Liderazgo (Leadership and crisis), un año después de haber terminado su gestión como alcalde de Nueva York. En un capítulo, “Promete menos, da más”, Giuliani señala que promesas altas generan expectativas altas. “A veces puede haber una ventaja estratégica, más allá de las expectativas de la gestión, en retrasar cualquier tipo de anuncio de lo que estás preparando”.
Nadie hubiera apostado tres pesos por la calificación de Honduras al Mundial de Brasil. Humillaron a México en el Azteca, superaron las expectativas por mucho. En cambio, de México se esperaba una eliminatoria sencilla, expectativas altas, fracasos rotundos. Ya vimos el unísono en torno al “Fuera Chepo” hace un mes.
Miguel Mancera ganó con 13 de cada 20 votos, una cifra impresionante en una democracia, pero ahora ya son más los que descalifican su gestión que los que la aprueban. No hizo grandes promesas, ciertamente, pero ganar con el 63.5% constituye una promesa en sí misma, y más aun viniendo de ser procurador, cuando es justo la inseguridad uno de los factores que están afectando su percepción pública.
Felipe Calderón se asumió como un guerrero frente a las mafias, antes que impartir justicia; medía sus logros en cabezas. En vez de encerrar a los malos, la publicidad gubernamental hablaba de “abatir”. Al estado supermánico sobrevino la decepción.
La estrategia de guerra no ha cambiado con Enrique Peña, sólo cambió la comunicación de la guerra, algo que me parece acertado. La violencia no parece haber disminuido, pero los números se publicitan menos. Nunca manejaron grandes expectativas para la reducción de la violencia, de hecho se habló de que sería un camino largo. Esto da un margen de maniobra para atender adecuadamente el problema.
Es difícil encontrar en México un político que se parezca a Rudolph Giuliani. No haré el esfuerzo para hacer comparaciones a medias. Pero me sorprende que el discurso pretencioso de los políticos se mantenga más allá de las campañas. Como argumento en una competencia electoral vale, prometamos que México colonice Marte, pero el desempeño de la función pública esperaría que no siguieran tratando de vender ilusiones los tres o seis años de gobierno, claro, a no ser que la promesa de obras faraónicas sólo sea para hacer negocio.
Preferiría ver a políticos prometiendo poco y cumpliendo mucho, y si han de prometer, que lo hagan en planes de largo plazo y no quieran conquistar el mundo en el transcurso de su gestión. De allí que Rudolph Giuliani sea uno de los políticos que más admiro, más que a su sucesor, Michael Bloomberg, cuyas políticas de movilidad están transformando Nueva York.
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