Martha Hilda González Calderón.

Kamala Harris sonrió satisfecha ante el reflejo que le devolvía el espejo: su traje de dos piezas de impecable blancura y la blusa de seda, del mismo color con un lazo anudado en un moño. Sabía perfectamente que mensaje enviar: solidarizarse con todas aquellas mujeres que, vestidas de blanco, habían defendido sus causas, desde las sufragistas inglesas hasta las mujeres parlamentarias estadounidenses en el discurso de Trump ante el Congreso en 2017, como una silenciosa oposición.

Sonrió al espejo. Entendió que cada obstáculo que había sorteado, que cada derrota que había enfrentado y cada dardo envenenado que había esquivado a lo largo de su carrera política, habían valido la pena en la preparación de este momento.

Pensó en su madre –no pudo evitar que la emoción se le anudara en la garganta- quien a los diecinueve años había viajado desde su ciudad natal Madrás en la India, con el apoyo de su familia tamil, para continuar con sus estudios en la Universidad de Berkeley. Vestida con un sari y con un porte de tal elegancia que hizo pensar a sus compañeros de clase que provenía de la realeza.

En los campos universitarios de finales de los años 60’s, había conocido a un joven, originario de otra colonia británica, Jamaica, que había preferido continuar sus estudios en Economía en Estados Unidos que en alguna prestigiosa universidad inglesa, donde originalmente hubiera tenido que completarlos. Al poco tiempo, ambos estudiantes se casarían y continuarían con sus carreras académicas, formando parte de la Asociación de Intelectuales Negros de la Universidad de Berkeley.

Su madre había dado a sus dos hijas, “nombres sanscritos derivados de la mitología hindú”. Kamala, por ejemplo, proviene de la diosa de la fortuna Laskmi, sentada en un loto. Siempre les enseñó a luchar por sus sueños, como cuando tras enfrentar su divorcio, partió con sus hijas pequeñas a Canadá para continuar con sus investigaciones científicas sobre el cáncer de mama en el Hospital General Judío e impartir clases en la Universidad McGill de Quebec.

Desafortunadamente, su madre había muerto en el año 2009 y aunque conoció la determinación de su hija por alcanzar sus objetivos –desde organizar un grupo de danza en Canadá que se presentaba en eventos de caridad, hasta ser la primera mujer afroamericana y surasiática en ser electa como abogada general del Estado de California- no pudo acompañarla en sus siguientes logros políticos,

Porque si algo tiene Kamala Harris es determinación y fortaleza para enfrentar cualquier batalla, por algo es la segunda mujer negra y la primera india-americana en haber sido electa al Senado en los Estados Unidos.

La victoria de esta abogada demócrata es sentida como propia en muchos grupos de mujeres de los Estados Unidos, que han peleado, desde hace muchos años, por la igualdad y la inclusión. Como la Fraternidad Alpha Kappa Alpha, asociación de mujeres afroamericanas, con más de trescientas mil universitarias en toda la Unión Americana y que ha seguido de cerca la carrera política de Kamala. No es de extrañar que ante la inminente victoria de la formula Biden-Harris, esta asociación haya declarado: “su victoria es nuestra victoria”.

La elección de una mujer de color en la formula demócrata a la presidencia fue –más que una jugada estratégica- un reconocimiento a todas aquellas mujeres afroamericanas que han luchado por ser incluidas, ellas y sus banderas, en las distintas contiendas políticas. Como es el caso de Shirley Chisholm, la primera mujer de color, electa al Congreso de la Unión Americana en 1968 por el Estado de Nueva York y que había buscado –sin conseguirlo- ser nominada como candidata a la presidencia de los Estados Unidos por alguno de los principales partidos políticos.

Las mujeres afroamericanas fueron uno de los grupos más decididos a apoyar la elección de Hillary Clinton en la pasada elección del 2016, a pesar de que muchas mujeres blancas le dieron la espalda para apoyar a Donald Trump.

Mujeres de todos los orígenes étnicos, clases sociales y credos que no se desalentaron ante la pasada derrota demócrata y siguieron nutriendo las distintas manifestaciones para dejar claro que no se iban a quedar calladas frente a la evidente misoginia del gobierno de Trump.

Kamala Harris es una compañera de ruta en ese ambiente de sororidad, su historia personal es la narrativa de una mujer que no se amedrenta ante los obstáculos. Una figura que ha demostrado, a lo largo de los años, que a base de muchos esfuerzos se puede enfrentar cualquier reto y que, lo que no ha podido alcanzar, ha sido por causas externas pero nunca por falta de interés.

Por eso es que Hillary Clinton, primera mujer en haber sido nominada por uno de los principales partidos políticos a la presidencia de los Estados Unidos, expresara con sinceridad: “espero que con Kamala en la boleta, la cobertura de las mujeres que compiten para la presidencia o vicepresidencia sea menos sexista, menos sensacionalista y menos frívola”.

Fiel a su estilo, cuando se enteró que los demócratas habían elegido a Kamala Harris como compañera de fórmula de Joe Biden, Donald Trump mandó el mensaje de que nominarla era impulsar “una mala versión de Hillary Clinton”. Esta reacción seguramente no le sorprendió a la tercera candidata mujer a la vicepresidencia de los Estados Unidos, ya que lo había enfrentado a lo largo de los últimos cuatro años. Supo que la apuesta estaba hecha y que los resultados electorales harían que el candidato republicano se tragara hasta la última de sus desafortunadas declaraciones.

Kamala Harris ha demostrado a lo largo de su trayectoria que no permite presiones de ningún tipo, por ejemplo, cuando siendo Fiscal de Distrito se le pidió que solicitara la pena de muerte para el responsable del homicidio de un oficial del Departamento de Policía de San Francisco. A pesar de que enfrentó el enojo de los miembros de la Asociación de Oficiales de la Policía, se mantuvo firme en su posición y logro que al responsable se le encontrara culpable y fuera sentenciado a cadena perpetua.

De las distintas reformas que impulsó en materia de salud, bienestar social, es particularmente de destacar la iniciativa denominada: “Back on Track”, que es la posibilidad para aquellas personas que habiendo delinquido por primera vez y cuyos delitos no hubieran sido violentos, tuvieran la posibilidad de que la falta pudiera borrarse, siempre y cuando continuaran con sus estudios, no hubiesen tenido alguna adicción y lograran mantenerse en un empleo.

Llega a la Vicepresidencia de Estados Unidos con enormes expectativas, particularmente aquellas relativas a la de revisar los métodos de represión de la policía estadounidense frente a los grupos afroamericanos, que ha generado múltiples manifestaciones. Kamala Harris lo ha reconocido cuando señala que “no hay vacuna contra el racismo”.

Su delgada figura destacaba, no únicamente por el traje blanco que portaba, sino por lo que denotaban sus palabras. En ese auditorio repleto en Wilmington, Delaware donde los demócratas celebraban la victoria en las pasadas elecciones presidenciales; Kamala insistía que se apoyaba en todas las mujeres cuya lucha había servido para que ella, a su vez, llegara a la Vicepresidencia de los Estados Unidos. Su sonrisa generosa no dejaba de dibujarse en su rostro y sus ojos brillaban, absorbiendo la energía del momento. Ella sabe que es su turno de hacer historia, de contribuir a la de muchas mujeres en el mundo. Consciente de su papel concluyó: “cada niña que nos mira esta noche, ve una tierra donde todo es posible”.

                                                                                                             @Martha_Hilda