Tras otro agitado debate entre las distintas visiones para el Reino Unido, el parlamentario inglés Winston S. Churchill se dirigió a la salida de la Cámara de Comunes acompañado del glasgowiano Alexander MacCallum Scott, su compañero en la bancada Liberal (sería hasta 1924 que el estadista regresaría a su primer y verdadero amor, el Partido Conservador).

 

Churchill, sin embargo, se detuvo unos segundos y, antes de abandonar la oscura sala de distintas maderas y tonos de verde, dijo a MacCallum: “Mírala. Este pequeño lugar es lo que marca la diferencia entre nosotros y Alemania (...) por la falta de esto, la brillante eficiencia de Alemania (la llevará) al desastre final”. El día era el 5 de marzo de 1917, en plena Primera Guerra Mundial, un conflicto en parte desatado por el militarismo del Káiser alemán, Guillermo II.

 

Este episodio, revisitado en “El factor Churchill” (Hodder, 2014), el último libro del actual primer ministro británico, Boris Johnson, subraya una noción crucial tanto para nuestros tiempos como para aquellos: la incómoda rispidez de la democracia produce, a la larga, mayor estabilidad que las falsas unanimidades políticas en torno a una persona, partido o idea. En otras palabras, suprimir o atacar el pluralismo solo agrega presión, más no la libera.

 

A los mexicanos, aquél episodio clásicamente churchilliano en profecía y convicción democrática, nos debe recordar que, hoy por hoy, intentos para demeritar el pluralismo existen, y vienen desde el poder.

 

Cuatro ejemplos: MORENA intentado modificar la ley para quedarse con la Presidencia de la Cámara de Diputados por más tiempo del estipulado; la “Ley Bonilla” que permite al gobernador electo de Baja California, de MORENA, ampliar su mandato de 2 a 5 años, aún cuando la gente votó por un periodo de 2 (una reelección de facto); la “Ley Garrote”, aprobada por el Congreso de Tabasco de mayoría morenista, que criminaliza la protesta pacífica con hasta 20 años de cárcel, y que, según los relatores de la ONU para Libertad de Expresión y Derechos Humanos, “preocupa el efecto que dicha reforma tendrá en el disfrute de los derechos a la libertad de expresión y a la libertad de reunión pacífica”; y la nueva Ley Nacional de Extinción de Dominio, que permite el embargo de propiedades sin una sentencia judicial definitiva, incluso si después el afectado resultase inocente.

 

Todas estas afectan el pluralismo en México. Y todas empiezan a formar parte de un patrón dentro del partido gobernante. De igual manera, a estos tres eventos podríamos agregar otros gestos de un marcado antipluralismo: el ataque presidencial a los medios; el desdén oficial por las opiniones técnicas desde fuera del gobierno; y la cancelación de proyectos y programas de manera unilateral (o simulada, como con el NAICM), sin previa consulta a beneficiarios, expertos, y autoridades competentes (recordemos la negativa del Ejecutivo a aceptar la recomendación de la CNDH a no desaparecer el programa de estancias infantiles).

 

Dos décadas después, en los albores de la Segunda Guerra Mundial, Churchill sabía que para defender esa pequeña sala del “paso de ganso” nazi, el país se tenía que volver a defender con todas sus fuerzas y medios. Por fortuna, el contexto mexicano (y en la mayor parte del mundo) hoy es mucho menos extremo. Nosotros no tenemos que defender la democracia con granadas, pero sí con ideas, reclamos y vigilancia permanente. Quedarse callado ante el creciente antipluralismo mexicano equivale a ignorar un bulto sospechoso en un aeropuerto: es una irresponsabilidad cívica que, en una de esas, te termina afectando a ti también. Parafraseando aquel eslogan Occidental post-11 de septiembre: si ves algo, ¡di algo!

 

@AlonsoTamez

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