En su mensaje del domingo pasado por el 75 aniversario de la Expropiación Petrolera en la refinería de Salamanca, el presidente Enrique Peña Nieto dio el banderazo de salida a la reforma energética, que en esencia no es otra cosa más que la reforma a Petróleos Mexicanos.
Quizá ésta, la energética, sea la reforma de mayor envergadura política de las que se han planteado y, sin duda, la que tendría el mayor impacto mediático y económico entre la comunidad de inversionistas internacionales.
Por eso, Peña Nieto fue a Salamanca a dejar dos mensajes a fin de preparar el terreno para la batalla política más importante que tendrá en este año.
El primero –aunque corra el riesgo de sonar trillado- es la reiteración enfática de que Pemex seguirá siendo una empresa propiedad del Estado; “que no está en venta ni se privatiza”, dijo como si estuviera en campaña electoral. Y es que el presidente y sus asesores saben que el apoyo en las calles a la reforma de Pemex pasa por ganar esta primera batalla de credibilidad.
Si prevalece la idea de que la reforma energética tiene como uno de sus principales objetivos la venta velada de Pemex a los capitales privados –idea que abandera Andrés Manuel López Obrador y con la que simpatizan algunos sectores del PRD e incluso de la vieja guardia priista- el Presidente tendrá un camino empinado para abrir algunas áreas de Pemex a la inversión privada, siguiendo el modelo noruego, y para reestructurar la organización y operación de la petrolera. Peña Nieto ha vendido la idea de que la mayor apertura de Pemex será sintomática de su éxito reformista; y por eso le es indispensable combatir –desde el inicio de las negociaciones por la reforma- la idea de la ‘venta de Pemex’.
Será –y lo sabe bien- una pelea que –además de darse en los partidos, con los gobernadores y en el Congreso- también se dará en las calles.
El segundo mensaje que quiso dejar rubricado Peña Nieto en Salamanca, el domingo pasado, fue que tiene el apoyo del sindicato petrolero; una aduana que los panistas en el gobierno nunca pudieron transitar.
Para eso fue clave el golpe en contra de la lideresa magisterial Elba Esther Gordillo, quien apenas en octubre pasado –durante su reelección sindical por otros 6 años al frente del magisterio- había presentado a Carlos Romero Deschamps, el líder de los petroleros, como ‘su amigo’; mientras desafiaba al entonces presidente electo -llamándole “el que anda por Europa”- de que no se arrodillaría ante ningún gobierno.
Romero Deschamps entendió el mensaje. El domingo se le vio al también senador por el PRI como un porrista más de Peña Nieto, mientras que los petroleros acarreados y uniformados en el evento –cual coreografía- se desgañitaban coreando al Presidente.
El objetivo de preparar el terreno entre los suyos se cumplió el domingo. El mensaje político de abrir a Pemex a la inversión privada, sin privatizar la propiedad de la empresa; se echó a andar entre un sindicato petrolero ablandado y un puñado de gobernadores cuyas economías viven del petróleo.
Pero el camino pedregoso de la reforma energética aún no comienza. Su credibilidad ha ido en aumento con la aprobación de la reforma laboral y la presentación de una anhelada reforma a las telecomunicaciones. Aunque Peña Nieto sabe que reformar a Pemex será su gran prueba de fuego.
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