En México, como en otros países, se han experimentado los dos procesos de intermediación que vinculan la oferta de conocimiento científico y tecnológico, producida en las universidades y otras instituciones de educación superior y tecnológica con la demanda de ese cúmulo de experiencias, que requieren los sectores  productivos, la industria y las empresas:

 

Por un lado están las políticas públicas -en el caso mexicano, bajo la dirección del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT); por el otro están las llamadas instituciones puente, como es el caso del Foro Consultivo Científico y Tecnológico, AC (FCCyT) o la Fundación México-Estados Unidos para la Ciencia (FUMEC).

 

Sobran los ejemplos de aquellas naciones que, en el pasado, prestaron especial atención a este vínculo y encomiaron importantes apoyos a su articulación, y que actualmente disputan los primeros lugares entre las economías del mundo. En nuestro país, salvo excepcionales casos, las apuestas a favor de una mayor vinculación academia-empresa han resultado más bien débiles.

 

Sin embargo, más que compadecernos ante esa situación, convendría revisar lo que ha sucedido en aquellos casos exitosos aunque modestos, en los que la aplicación de medidas circunscritas a las condiciones regionales o estatales produjeron interesantes lecciones sobre lo que todavía estamos a tiempo de recomponer, a fin de que se aprovechen de mejor manera las oportunidades para vincular la ciencia con las actividades empresariales, y de introducir auténticos procesos productivos de innovación, si es que en realidad se pretende alcanzar la sociedad del conocimiento. Asunto éste en el que las más altas autoridades han reconocido que nos hallamos bastante alejados, como país.

 

Entre estas experiencias pueden contarse la puesta en marcha de acciones como la instauración del Consejo Asesor de Vinculación (CAV), que reúne a entidades tan importantes como las secretarías de Economía, de Educación Pública y organizaciones representativas del sector empresarial como la Concamin. Otras experiencias más recientes apuntan en el sentido de proveer y estimular espacios de diálogo y discusión para el diseño de políticas públicas o marcos normativos que fortalezcan las capacidades productivas basadas en conocimiento.

 

Tal es el caso de los foros de competitividad que se desarrollaron a lo largo de este mes en la Cámara de Diputados, donde la Comisión respectiva presentó una serie de casos nacionales e internacionales, y en los cuales trascendió cómo, a partir de las condiciones locales y regionales, se puede llegar a incidir en el diseño de políticas y estrategias para producir más y mejor, valiéndose para ello de las vocaciones, los capitales humanos, las oportunidades de innovación y el conocimiento generado en esos ámbitos.

 

Uno de los temas que mayor éxito tuvo en esos talleres fue el de que en diversas regiones y estados de casi toda la República Mexicana se llevan a cabo interesantes actividades que han transformado la manera tradicional en que venían operando los negocios, las industrias y las empresas, y rescatan con mayor énfasis la importancia de los capitales humanos de alto valor, así como de las oportunidades de la industria maquiladora, como elemento intermedio entre las capacidades locales y las demandas globales de producción. Fenómeno que algunos expertos han dado en llamar globolocalización.

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