Que no fuera goleador un futbolista con el 9 a la espalda, era casi como concebir que el 1 no atajaba o que al 4 le molestaba defender: en la iconografía del futbol ciertos números están más obligados que otros a cumplir con determinado papel.

Más complicado, todavía, cuando ese mismo 9 del Real Madrid ha sido portado por infinidad de Pichichis, empezando por los 5 de Alfredo Di Stéfano y los 4 con ese escudo de Hugo Sánchez, sin olvidar antes un par de Pahiño o, recientemente, alguno de Iván Zamorano y otro del brasileño Ronaldo.

Criticado por sus bajas cuotas de balones depositados en las redes rivales, Karim Benzema resumía en dos declaraciones su ideario: “Lo único que hago es buscar la mejor opción para que la jugada acaba en gol” y “juego para ayudar a mis compañeros”.

Es decir, que los egoísmos e instintos depredadores a menudo atribuidos a un 9, quedaban descartados de antemano con el atacante franco-argelino. Como si estuviera decidido a probar su punto, Benzema disminuyó todavía más sus índices de contundencia durante la pasada liga: apenas cinco goles en 38 jornadas, los mismos que el medio de contención Casemiro. Lo de menos era la caja registradora para este mediocampista exiliado veinte metros por delante de la media.

Violinista melancólico, de esos bohemios que priorizan el mejor sonido sobre la mayor remuneración, Karim asimiló que su relación con las gradas del Bernabéu sería por siempre desde el fastidio: si al fin anotaba, hasta que lo hizo; si no lo lograba, a la hoguera.

Para colmo, tenía como pareja de baile al presumiblemente jugador más insaciable de la historia; ese que si metía cuatro, ya estaba ansioso por sumar el quinto; ese que, incluso cubierto por un ejército y fuera de batalla, protestaba no haber recibido la pelota; ese que no siempre celebraba los goles de sus compañeros, azote del área en yo mayor.

Un crack llamado Cristiano Ronaldo que se convirtió en su principal defensor, consciente de que para ser un 9 disfrazado de 7, nada como ser auxiliado por ese 10 disfrazado de 9, indiferente a las glorias de portería, por no decir que en ocasiones hasta intolerante a esas mieles.

Emigrado Cristiano a Turín, buena parte de la opinión pública apuró su dictamen: ya no existía razón para mantener a su protegido, al 9 que no era 9, a un delantero tan paradójico que carecía de la esencia para ser considerado tal.

Grande es la sorpresa, un mes después, Karim juega sin melancolía, tiene sed de red y acumula cinco goles en cuatro cotejos.

Al menos en el despertar post-Cristiano, sus pases habituados a ir al pie del colega, van a las esquinas de la meta.
Muy pronto para sacar conclusiones, pero en lo que el Madrid se encuentra a sí mismo, Benzema deja de ser el mayor oxímoron del futbol: el 9 renuente al gol.

Twitter/albertolati

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