Pendientes de un árbitro cariacontecido, aferrado al audífono, suplicante de orientación, las gradas contenían el grito de gol. Un éxtasis que hasta hace no demasiados meses sólo podía ser en modo tan espontáneo como imprevisto, se posponía en el estadio Bernabéu con normalidad.

Quienes atendían la narración radiofónica y contaban con datos sobre la correcta posición del madridista Marco Asensio, contribuían a la euforia que, expectante, iba corriendo: gol inminente como si estuviera por cobrarse un penal.

Finalmente, el juez central puso cara del iluminado que escucha una voz desde el más allá y señaló decidido hacia el frente: el locutor clamó el gol con idéntico júbilo a si hubiera sido en la acción menos esperada; lo mismo los jugadores beneficiados corrieron a abrazar al autor, así como los perjudicados procedieron a los reclamos habituales: cómo lo dejaste solo, es que tú tenías que haber cerrado, luego me abandonaron contra dos, imposible si los de arriba no regresan, ánimo que ya nos levantamos.

El videoarbitraje es de muy reciente creación; todavía en la Copa Confederaciones de quince meses atrás, nadie sabía cómo comportarse en los estadios rusos ante su implementación: ¿cómo estallar en un gol que ha entrado tres minutos antes, aunque todavía no se confirma?, ¿cómo increpar al árbitro por un penal que ha revisado con detenimiento?, ¿cómo reacomodarse en la tribuna tras celebrar un tanto que, al cabo de unos momentos, no ha sido acreditado?, ¿cómo regresar a ritmo de partido luego de tan inauditas pausas?

Quince meses, aunque así de rápido es ya parte del deporte más practicado del planeta. El gesto de un rectángulo al aire se repite en los estadios más modernos lo mismo que en canchas que, antes de tener postes o pasto, ya exigen la tecnología al demandar una ilegalidad.

El absurdo es que, mientras nuestra pasión se ha adaptado y aprendemos en tiempo récord a cohabitar con él, continúa siendo voluntario: en cuatro de las grandes ligas europeas (España, Francia, Alemania, Italia), cada fin de semana está marcado por el video; no así en la más millonaria, que es la inglesa, ni en la más relevante, que es la Champions League.

El mismo Inter de Milán, que este fin de semana vivió un encuentro de tres goles anulados desde un monitor, o el Madrid, con el mencionado remate de Asensio, disputaron Liga de Campeones unos días antes: mismo deporte, otro mecanismo de justicia; si el balón y sus ases son el mejor ejemplo actual de la globalización, el arbitraje en el futbol continúa variando según cuándo y en dónde.

Mientras tanto, hasta los más escépticos habrán de admitir que se han acostumbrado.

Twitter/albertolati

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