Ha terminado de la peor forma la década de mayor dominio que dos jugadores hayan impuesto sobre el futbol. Ha terminado con ellos, tan sonrientes y abrazativos en la victoria, ausentes en la gala en la que al fin se les sucedió (no se les derrotó, no se les humilló, no se les negó: apenas por una excepcional vez, no se les eligió).
Vistos sus alcances sobrehumanos con el balón, discutir a Lionel Messi o Cristiano Ronaldo sería casi como discutir al futbol. Sin embargo, han dejado pasar una soberbia ocasión para mostrar sus modales, su entendimiento de la naturaleza del deporte, sus valores en general. Incluso, me atrevo a decir, para confirmarlos como seres humanos integrales y no meros genios de la pelota.
Cancelar asistencia a sabiendas de que no resultarían ganadores: demostrar que sólo se respetó el premio, cuando el premio los eligió; que sólo se le dio crédito (al borde de llorar en el escenario), en la medida en la que los agasajados fueron ellos.
Si se estuvo para celebrarse a sí mismos, más se debió estar para celebrar a un tercero: imaginemos lo maravilloso que hubiera sido que, por primera vez no rivales sino hermanados como leyendas, entregaran juntos el cetro al valiente que reunió méritos para quitárselos.
Sin embargo, ya los dos habían mostrado con anterioridad que lo de molestarse en viajar es para estar en primer plano y, de ninguna forma, en rol distinto. Cristiano dejó de ir alguna vez que ganó Messi, como también aconteció a la inversa.
Semejantes hoy en su fea actitud, lo han sido también en su incapacidad para conquistar una Copa del Mundo. Factura que les fue perdonada en los dos anteriores años mundialistas (Messi se lo quedó tras Sudáfrica 2010; Cristiano luego de Brasil 2014), mas no en esta ocasión. Factura que, como en el caso de Di Stéfano, Puskas o Cruyff, no cambia su pertenencia a la máxima élite histórica del balón.
Tanto dominio, tanto y tan merecido halago, los terminó por malacostumbrar, como no sucedió con otros gigantes…, y me remito a ejemplos. Con Di Stéfano como caudillo mayor del Madrid, en 1958 Raymond Kopa le arrebató el Balón de Oro y todos tan felices, que lo relevante era que juntos habían sido campeones de Europa (por cierto: año de Mundial al que Alfredo no acudió y en el que Kopa brilló). Con Pelé en su cenit, Garrincha tomó su testigo y fue el rey de 1962; tan bien convivían, que el Rey obligó a que se llevara a Mané al Mundial 1966.
O, recientemente, Figo (Balón de Oro 2001) premiando a Ronaldo en 2002.
En lo que el mundo se desgastaba decidiendo cuál de los dos era mejor, ellos mismos respondieron: son iguales; espléndidos al ser vistos para arriba, ordinarios al ser bajados apenas un escalón.
Ni trono, ni modales.
Twitter/albertolati
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