Una de dos opciones: o el planeta futbol ya no da a la mismísima Copa del Mundo el sitio primordial que siempre le dio; o, bien, el futbol a nivel de selecciones está en definitiva claudicando en su batalla con el de clubes.
Por primera vez desde que la FIFA premia al mejor futbolista (es decir, desde 1991), un campeón mundial no se encuentra en la terna ganadora. En las pasadas seis ocasiones en que el año coincidía con Mundial, siempre aparecían una o hasta dos figuras del representativo nacional recién coronado. Situación, eso sí, que ha sido gradual: si en 1994 (Romario), 1998 (Zidane), 2002 (Ronaldo) y 2006 (Cannavaro), siempre se otorgó el galardón al más destacado del seleccionado vencedor, en 2010 (Iniesta y Xavi) y 2014 (Neuer), ya se les dejó en el podio por debajo del elegido.
Así que mientras las protestas masivas provienen desde la afición barcelonista por no ver a Lionel Messi entre los tres primeros, la verdadera revelación es que tampoco esté Antoine Griezmann, quien además de haber sido el futbolista francés más relevante en Rusia 2018, fue el pilar del Atlético de Madrid que se impuso en la Europa League.
Por lo efectuado tanto en la Copa del Mundo como en la Champions League (los dos certámenes más trascendentes de la temporada, ambos eligiéndolo el mejor), Luca Modric tenía que estar. Entonces llegamos a la disputa entre Mohamed Salah y Cristiano Ronaldo, siendo para mí evidente que el portugués reunió mayores méritos que el egipcio. De tal manera que eran Griezmann, Modric y Cristiano, con la genuina disputa entre los primeros dos, líderes de los equipos finalistas en Rusia y acreedores de más trofeos.
De ninguna forma pienso que el Mundial se esté devaluando. Sí, que el tener menos consumado un conjunto y el llegar tan mermados físicamente, propicia que los mayores astros del balón brillen menos. Eso a la par del peso y la repercusión planetaria que hoy tienen eventos muy logrados como la Champions League, Premier League o liga española.
En 1994 nadie se acordó de que el Barcelona de Romario fue goleado en la final europea por el Milán, como en 2006 tampoco que Fabio Cannavaro cayó en cuartos de final de Champions con una Juventus a medio escándalo arbitral o en 2002 que Ronaldo disputó pocos partidos en el semestre que antecedió a su resurrección en Yokohama. Y estuvieron tan bien entregados, que el Balón de Oro, todavía determinado bajo otra mecánica y por separado, coincidió en premiar a Ronaldo y Cannavaro (Romario no era elegible, por haber estado restringido a europeos hasta 1995).
Pese a que no es culpa de la FIFA que los capitanes y entrenadores hayan votado así, resulta evidente que algo anda mal en ese criterio. Vuelvo al renglón inicial: es que ya no se dimensiona igual el peso de un Mundial o es que los clubes han terminado de comerle el mandado a las selecciones.
Twitter/albertolati
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