Durante muchos años se ha hablado de las reformas estructurales en el terreno fiscal, educativo, de competencia económica, laboral y de producción de energía, como la palanca para que la economía crezca a tasas elevadas en el largo plazo. Y para impulsarlas se ha ilustrado con casos de economías con resultados sorprendentes, como la coreana o la chilena entre otros. Y efectivamente, los datos así lo muestran.
Durante los últimos años se nos ha insistido en que la economía del país debe crecer a tasas superiores al 5% anual y que eso solo se logrará con la aprobación legislativa de las reformas. Pues bien. En lo que llevamos del año el Congreso ya aprobó la mitad de esas ansiadas reformas estructurales y en las próximas semanas se debatirá lo que se espera sea una reforma energética histórica y una reforma fiscal que busca elevar los recursos públicos disponibles.
Toda esta insistencia desde el gobierno y de sus aliados en la aprobación de las reformas ha creado unas expectativas enormes sobre el crecimiento económico inmediato a tasas elevadas y en los beneficios a la población que de ella derivarían.
Pero estos beneficios sobre un crecimiento económico elevado y sostenido podrían ser mucho más moderados y paulatinos que lo que se nos ha vendido con las reformas legislativas; no solo por la calidad de las reformas aprobadas, sino también porque existen un sinnúmero de factores de distinto orden en su implementación, que podrían restarle efectividad a las reformas en sus efectos sobre el crecimiento económico esperado.
Un ejemplo de esto es la reforma educativa aprobada en noviembre pasado y cuya implementación aún es incierta, como inciertos son los resultados concretos en materia de productividad que se obtendrían en los próximos años derivados de ella.
La reforma laboral es un caso similar. Pocos expertos en la materia, incluyendo al propio gobierno federal, se han atrevido a cuantificar su impacto económico favorable en el crecimiento futuro de la economía.
Así que habría que irse con tiento aún y no echar las campanas al vuelo en materia de pronósticos sobre crecimiento, porque si bien estas reformas estructurales son necesarias y urgentes, para fines del crecimiento económico también será muy relevante su implementación y, sobre todo, el uso eficiente y productivo de los recursos públicos excedentes que se obtengan producto de la reforma fiscal, para impactar el crecimiento económico futuro.
Llama la atención, por ejemplo, que los economistas de BBVA Bancomer pronostiquen ‘a priori’ que las cuatro grandes reformas estructurales (fiscal, energética, de competencia-telecomunicaciones, y laboral) aportarán 1.5 puntos porcentuales adicionales al PIB anual para los próximos años. Si bien no es una aportación despreciable; pero de ser así, esta tasa de crecimiento (de alrededor de 4.2%) no estaría a la altura de las expectativas que se han vendido en los últimos años y particularmente en estos últimos meses de una economía creciendo al 5.5% y generando más de un millón de empleos al año; que es lo que finalmente importa.
Y es que cuando se les exige a los economistas que ofrezcan resultados concretos sobre el impacto de las reformas en la marcha económica futura, plantean una serie de dudas razonables sobre cuáles serán las “ganancias netas” de las reformas para el crecimiento económico de los próximos años.
En suma, para ver impactos notables en el crecimiento económico futuro, se requieren reformas a fondo, una implementación que no inhiba sus efectos, y un uso eficiente y productivo de los recursos públicos.
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