En el ejercicio del poder muchas veces el capricho se antepone a la razón. Sólo así se entiende la casi nula relación que, a lo largo de su gobierno, mantuvo el presidente Felipe Calderón con los altos directivos de Petróleos Mexicanos, una relación que tradicionalmente ha sido clave para cualquier presidente de México desde la perspectiva financiera, sindical y estratégica.
¿Cómo explicar que Calderón sólo haya tomado el teléfono un par de veces para llamar a Juan José Suárez Coppel, quien dirigía la mayor empresa pública del país y a quien había nombrado por recomendación del ex secretario de Hacienda, Francisco Gil Díaz? (Por cierto, ese par de llamadas respondieron más bien a asuntos coyunturales, pero no estratégicos de la empresa).
O, acaso ¿puede pasar desapercibido que quien era su secretario de Hacienda -antes secretario de Energía y ahora flamante secretario de Relaciones Exteriores con Enrique Peña Nieto- José Antonio Meade nunca recibió a Suárez Coppel para abordar los asuntos urgentes de la petrolera?
Es difícil entender una “relación sorda” entre un gobierno y su principal empresa -que es a la vez su mayor caja financiera e interlocutor con uno de los sindicatos más poderosos del país- mientras que en el discurso el presidente gritaba a los cuatro vientos que la industria petrolera era clave para la estrategia de su gobierno. Mantener bajo tensión la cuerda con la dirección general de la empresa durante todo ese tiempo, ignorándola y despreciándola, parecía inconveniente para los intereses del propio presidente y, obviamente, del país…y así lo fue.
¿Por qué, entonces, mantuvo Calderón a Suárez Coppel al frente de Pemex si no quería sostener una relación profesional con él? El presidente tenía la facultad de remover a Suárez Coppel si le consideraba incompetente o inconveniente para el cargo y para él, pero nunca lo hizo. Incluso la crisis desatada por el “caso Repsol” no fue motivo suficiente para que lo despidiera.
¿Qué motivó, entonces, al presidente a mantener a Suárez Coppel al frente de Pemex a pesar de su evidente distancia? ¿Acaso capricho personal, estilo unidireccional de gobernar, o algún motivo no revelado aún?
Lo cierto es que esa extraña relación que se estableció desde Los Pinos con Pemex -de “ni te veo, ni te escucho”- a lo largo del sexenio con Reyes Heroles, primero, y con Suárez Coppel, después, le costó mucho a Pemex y al país. No sólo porque no se avanzó un ápice en una verdadera reforma a la petrolera, comenzando por renegociar con el sindicato el actual régimen de pensiones, uno de los mayores lastres de la empresa, sino también porque se frustró una de las mayores coinversiones en el sector petroquímico. En este último caso el acuerdo se frustró no sólo por la negativa del sindicato a firmar el convenio con Mexichem -que ocurrió-, sino también porque el secretario de Energía, Jordy Herrera, quien era presidente del Consejo de Administración, se echó para atrás y decidió “no arriesgarse” a tomar la decisión con los votos en contra de los cinco consejeros del sindicato petrolero a escasos días de terminar el gobierno de Calderón. Decidió posponer la reunión y, con ello, lavarse las manos.
Una decisión que fue la tónica de Calderón, y de sus subordinados, en la relación con Pemex y con su sindicato: menospreciar la situación de la petrolera y patear el balón hacia el nuevo gobierno
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