Su quinto año de gobierno ha sido el peor. Lo que no pudo hacer el Tea Party lo hizo una sola persona: Edward Snowden. Si Assange le provocó a Hillary Clinton un par de muecas, Snowden fisuró la sala Oval de la Casa Blanca.
La luna de miel de Obama fue larga. La ausencia de liderazgos republicanos reflejada, en parte, por el desprecio hacia las nuevas demografías (migrantes), dejaron el camino libre para la reelección del demócrata en noviembre de 2012. Con figura empática, y fabricándose una imagen perteneciente a la demografía de la inmediatez, gracias a su actividad intensa a través de Blackberry, blogs y redes sociales, las sociedades estadunidense y global le guiñaron el ojo. Después de Bush, la sociedad global demandó la existencia de una esperanza cuasi evangélica. Obama era el elegido. Su ornamento esteticista fascinó a medio mundo; su imagen, en las arenas del marketing fue implacable.
Pero el quinto año llegó, y con él, el ocaso de Obama. El Congreso lanzó un ancla al Obamacare. Pasó con dificultades y su operación ha sido aletargada no sólo por cuestiones políticas sino por aspectos técnicos.
Pero su pandemónium ha sido el impacto de las filtraciones de Edward Snowden.
Una muestra la observamos el viernes pasado. Las expectativas globales sobre el giro en su política de espionaje se diluyeron a través de sus palabras, por lo que la imagen de Obama ha pasado de ser un ornamento estético químicamente seductor a un icono de la desconfianza.
Señora Merkel, usted debe de sentirse tranquila. A partir de algunas horas por venir, usted ya no será foco de espionaje amigo. Sus opiniones sobre Rajoy y Hollande ya las conocemos. Sabemos que no le generan empatía. La verdad sea dicha, la imagen de Rajoy no genera una atmósfera estéticamente atractiva. No se preocupe. También sabemos de las redes comerciales que se tejen entre Moscú y Berlín, pero eso lo intuimos al leer las cifras comerciales de su país. Tranquila.
Así se lee la representación teatral de una pieza decadente protagonizada por Obama.
Decadente porque recurrió a la narrativa favorita de Bush: la de los buenos en contra de los malos; Dios con nosotros, satán con ustedes; ahora, el lenguaje Decadente 2.0 de Obama lo exteriorizó a través de: espiaremos sólo a los malos, los buenos y aliados no tienen de qué preocuparse.
Obama no podrá desmontar las salas de máquina de espionaje. Así se lo recordó el congresista republicano James Sensenbrenner cuando afirmó: “El resultado de una reforma (de las agencias de seguridad) no se puede hacer por decreto presidencial” (The Washington Post, sábado 18 de enero).
Modificar el alcance del espionaje de la NSA representaría cambiar su razón de ser. Los entramados jurídico, político y tecnológico se establecieron en sus programas con el único objetivo de optimizar la actividad del espionaje.
De manera interna, el Tea Party y los demócratas le piden a Obama que disminuya el alcance de los programas de espionaje porque, aseguran, no ha quedado demostrado que esa actividad no discrecional haya evitado ataques terroristas, por lo que esas actividades han violado sistemáticamente la cuarta enmienda de la Constitución; muchos congresistas piensan lo contrario.
Obama teatralizó la petición que les hizo a Eric H. Holder y a James R. Chapman, fiscal general y director de Inteligencia Nacional, respectivamente, para que antes del 28 de marzo les presente un nuevo plan de reestructura del espionaje. El único objetivo de Obama es mediático; encontrar un punto de inflexión en la caída de su imagen. Lo verdaderamente importante es lo que ocurrirá en junio de 2015, fecha en que caduca la sección 215 de la ley Acta Patriota que le permite a Obama recolectar a granel datos. No olvidemos que la ley representa a una especie de meta constitución global que permite a Estados Unidos la violación de derechos humanos como consecuencia de los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Para Obama, todos los diferendos serán resueltos vía telefónica o, en algunos casos, a través del WhatsApp. Por “fortuna”, los peatones de la historia toleramos el espionaje amigable de Facebook y de Twitter, por lo que Obama evitará cercenar los brazos lúdicos de la NSA (Google, Facebook, Microsoft, entre otras).
Zygmunt Bauman, en entrevista a Babelia (El País, 18 de enero), revela su sorpresa sobre el espionaje: “Lo que me ha sorprendido es la escasa reacción de la gente de la calle. Los políticos han protestado porque sus secretos han quedado a la vista, pero a la gente común parece que eso de ser espiada no le afecta lo más mínimo”. Así lo que escribí el pasado 14 de enero en este espacio: “Hollande y el espionaje tolerado”.
Por lo pronto, Obama inicia su sexto año de gobierno con su imagen icónica de la desconfianza. Hace cinco años, esta historia hubiera sido una pieza locuaz por imposible.