Visten como punks, pero hablan como cholos. Bailan como salseros, pero se visten como emos-rockabilly.  Cada domingo por la tarde se reúnen en un lugar llamado Rodeo Revillagigedo, a una cuadra de la Alameda Central, a ligar, beber y ver a sus amigos. Allí las lolitas de trenzas color fiucsa despliegan su belleza ante vaqueros con guantes de estoperoles con pantalones de skato. En este ambiente a nadie parece incomodarle la licuefacción de identidades que cada uno de ellos realiza; como si la identidad cosmopolita se adquiriera a mayor número de elementos prestados a las demás  tribus urbanas.

 

Son los hijos de migrantes del país que llegaron en busca de oportunidades. También son los primos, hermanos o sobrinos de esos trabajadores que llegaron  de Hidalgo, Puebla, Oaxaca, Edomex, Veracruz y Guerrero a construir las obras que enorgullecen el ego chilango: los segundos pisos del Periférico, la Torre Mayor, la remodelación del Centro Histórico y el conjunto ejecutivo de Santa Fe, principalmente. La ciudad los ha devorado y ante resisten tomando como suyo el espíritu combativo de otras tribus urbanas, pues a final de cuentas cómo sobrevivir en una megaurbe de 20 millones de habitantes sin que te transforme.

El cover es de 100 pesos, por eso no todos entran, se quedan en la calle mirando cómo los que sí tienen para pagar salen ebrios y con pareja o a pelearse con su rival en la calle mientras todos le forman un círculo antes de que los patrulleros que tienen su base a 100 metros lleguen por ellos a extorsionarlos so pena de llevarlos ante el juez. Como no todos tienen para cubrir la cuota de acceso obligatorio los dueños de los dos table dance de la calle les cobran 30 pesos; junto al tubo algunas juegan a ser las bailarinas estrella que devoran las miradas con ayuda de los estrobos y luces azules.  Aquí las bromas y albures se dicen español, zapoteco, mixteco o náhuatl.

 

 

Afuera, unos ojos negros bajo un bajo un paliacate rojo observan todo lo que se mueve alrededor. Luego una mano enseña una mona que remoja cada cinco minutos. Los cadeneros mientras tanto buscan a su víctima a la cual quitarle el poco o mucho dinero que lleven.  En este lugar pocos bailan aunque se llene. El lento movimiento de los pies y cabeza dan a entender que la fiesta está grandiosa. Otra cerveza servida en vaso de plástico con la espuma a punto de caer hasta que una boca misericordiosa se acerca a evitar el derrame.

 

Los vecinos piden desde hace tiempo que se cierre de forma definitiva este lugar porque, dicen, es un foco de violencia; aseguran que las autoridades delegacionales están coludidas para no clausurar el establecimiento “que quién sabe si no es irregular”. Mientras los colonos esperan el milagro, los clientes salen para recuperar fuerzas y regresar el próximo domingo a renovar este rito de una tribu que combina la urbe y lo rural. Los suburbios de Pantitlán, Iztapalapa, Agrícola Oriental con el aspiracionismo de los nómadas de ciudades cosmopolitas de Tokio , Nueva York o Londres.

 

@urbanitas

 

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