A China hay que verla tal y como es: una potencia comercial y política que busca en América Latina consolidar y diversificar su cadena de proveedores, especialmente de materias primas, para apuntalar su cada vez mejor aceitada maquinaria de fabricación manufacturera y de altas tecnologías que le permita competir con creces en todos los enfrentes a Estados Unidos y Europa.
Desde esa perspectiva, la relación comercial de China con América Latina se ha profundizado notablemente en los últimos años particularmente con Brasil, Argentina, Chile y Centroamérica. De hecho, la relación comercial bilateral entre China y la región ha sido una de las más dinámicas del mundo en la última década; basta decir que su valor se multiplicó 20 veces en ese tiempo.
En su momento para los sudamericanos China representó una oportunidad para diversificar e incrementar sus exportaciones, aunque las compras chinas han sido de tal magnitud en los últimos años que la pretendida diversificación se tornó en una dependencia comercial hacia el país asiático. Hoy en día, más del 80% de la soya argentina va a China, las ventas del cobre chileno prácticamente han monopolizado las exportaciones chilenas a China, y dos terceras partes del hierro de exportación brasileño se encaminan diariamente al gigante asiático.
Si bien es una buena noticia para las divisas exportadoras sudamericanas, también implica riesgos que los países sudamericanos ya comienzan a revisar hacia el futuro. China y sus empresas no sostendrán este ritmo en el mediano y largo plazos con el subcontinente, por lo que está interesada en ampliar sus fuentes de materias primas en lugares tan diversos como África, el Caribe, Cuba, y Centroamérica, sin miramientos de orden político incluyendo el apoyo a regímenes dictatoriales.
México es uno de los casos comerciales extremos para China en América Latina y un espejo para los sudamericanos de lo que les espera en materia de balanza comercial si no replantean su relación comercial basada exclusivamente en la extracción de materias primas con el gigante asiático. A diferencia de lo que ocurre con Sudamérica, China le vende todo a México y no le compra casi nada. La reciente visita de Xi Jinping a México, llena de palabras acomedidas entre ambos mandatarios, puso de relieve la necesidad de reducir –aunque sea un poco- el brutal desequilibrio de la relación comercial.
Pero no se puede ser tan ingenuo en la relación con China. La economía mexicana seguirá, de manera natural, fortaleciendo y sofisticando su relación comercial con Estados Unidos y Canadá porque México tiene una ventaja competitiva que debe seguir aprovechando en el futuro.
Con China debe construirse una relación comercial y de inversiones que camine hacia reducir el enorme déficit, pero que también apuntale la productividad y competitividad de la economía con exportaciones de valor agregado y con inversiones que impliquen transferencia de tecnologías. Tampoco se puede dejar de insistir en que –aprovechando esta coyuntura- se exija una relación comercial más limpia y con menores trampas.
Pero toda relación comercial perdurable tiene una base de entendimiento que –más allá de los encendidos discursos que escuchamos en los últimos tres días- debe ampliarse en el tiempo. Y en ésta relación México no puede caminar sin mirar de reojo los riesgos que implica un socio comercial con una apreciación de las libertades tan distinta como la que tiene el ‘socio’ chino.
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