México ha decidido dar un paso arriesgado: imponer aranceles de hasta 50% a productos provenientes de países con los que no tiene tratados de libre comercio, una medida que golpea de manera particular a China, su segundo socio comercial. 

El argumento oficial es claro: contener un déficit que se disparó 83% entre 2020 y 2024 y obtener recursos adicionales por unos 40 mil millones de pesos. Sin embargo, el trasfondo es más complejo. Lo que está en juego no es sólo la balanza comercial, sino la manera en que México acomoda sus intereses en la pugna geopolítica entre EU y China.

El Gobierno ha insistido en que no habrá represalias y que mantiene un canal de diálogo con Pekín, Seúl e India. No obstante, desde China la respuesta ha sido poco amigable, pues aseguran que gravar sus productos es un error que terminará afectando al propio aparato productivo mexicano; toda vez que buena parte de las exportaciones de México hacia EU dependen de insumos intermedios provenientes de Asia, particularmente chinos.

Es decir, en la práctica, golpear a China es golpear a Monterrey, Saltillo o Puebla, donde las cadenas de valor dependen de dichos insumos. De modo que tasarlos equivale a encarecer la manufactura nacional y tensionar las cadenas de valor que durante décadas se han integrado bajo el esquema de “Made in Mexico, with parts from China”.

Además, en este terreno se cruzan las presiones de Washington y la necesidad de no dinamitar el vínculo con Pekín. La Casa Blanca espera señales de alineamiento, sobre todo en la antesala de la revisión del T-MEC en 2026. La visita reciente de altos funcionarios estadounidenses y la lista de más de 50 barreras no arancelarias que México deberá atender son prueba de ello. 

A su vez, el gobierno busca blindar su proyecto estrella: el Plan México, al tiempo que muestra firmeza frente a la competencia asiática, aunque con cautela diplomática para no abrir un frente de confrontación con la segunda potencia global.

Frente a ello, el riesgo está en que la medida, más que corregir desequilibrios estructurales, termine trasladando sus costos al consumidor mexicano. El aumento de entre 40% y 80% en los precios de bienes como electrodomésticos, textiles y calzado es un escenario plausible. 

La capacidad de la industria nacional para sustituir, en el corto plazo, los insumos asiáticos es limitada. Y la apuesta de estimular el consumo interno podría diluirse en un contexto inflacionario y de bajo crecimiento, justo cuando el Indicador Global de la Actividad Económica muestra señales de debilidad.

Ante dichas circunstancias, resulta evidente que caminar en esa cuerda floja exige un equilibrio fino. 

Sin embargo, tenemos que ver que lo que está en juego no es sólo un paquete de aranceles, ni cifras de déficit comercial: es la vida cotidiana. Lo que hoy se negocia con China o que mañana se revisará en el T-MEC, terminará reflejado en el precio de la estufa, los tenis o el coche que usamos todos los días; pues al final la política comercial, se mide en la vida diaria.