El país no está para correr el riesgo; su proyecto tampoco. No se vuelva inaccesible, pero protéjase adecuadamente, señor Presidente.

No se aleje de los millones de habitantes que lo han visto caminar a pleno ras de tierra por las zonas más marginadas de nuestro México. Tampoco deje de escuchar y de palpar a los pueblos. No traicione sus orígenes de luchador social en Tabasco, pero vuélvase infalible ante el crimen organizado que ya avisa su incomodidad ante la lucha anticorrupción.

De faltar en los primeros dos años, el Congreso nombraría a un Presidente interino y se convocaría a nuevas elecciones; su ausencia durante los últimos cuatro años de mandato obligaría a la designación de un Presidente sustituto como lo marca el artículo 84 de la Constitución.

El problema es que la integridad de un Presidente no es asunto de valentía, sino una razón de Estado. Y la historia lo demuestra. Tras el asesinato en 1901 del Presidente republicano de Estados Unidos, William McKinley, el Congreso norteamericano obligó al Servicio Secreto -el cual nació para combatir la falsificación de moneda- a velar por la protección de los mandatarios en turno y sus familias.

Acá la desaparición del Estado Mayor Presidencial -con todo y excesos en gastos que pudieron haberse acotado- implicó la pérdida de un órgano profesional e inteligente para salvaguardar al Poder Ejecutivo.

La lucha anticorrupción no podrá explicarse sin un Presidente fuerte. Si quiere limpiar la casa de arriba hacia abajo sólo se podrá con las garantías de que usted no es vulnerable.

No se deje amedrentar. Ningún patriota le pediría que claudique la batalla contra la corrupción; por eso lo eligieron más de 30 millones de mexicanos.
No se hinque ante los que usted llama malandros, pero tampoco los subestime.

Nadie le pide que ante la primera amenaza pública -como la de los huachicoleros- agache la cabeza, ni se eche para atrás o abandone sus ideales.

La Ayudantía que diseñó, de 20 hombres y mujeres desarmados para resguardarlo, es insuficiente y estaría en franca desventaja frente a cualquier célula de la delincuencia organizada.

México no es el Uruguay que pudo recorrer con asombrosa sencillez el admirado ex presidente José Mujica, sin la parafernalia de tanto líder charlatán latinoamericano.

Es usted Jefe de Estado y de Gobierno. Plantea una cuarta transformación, y un impronunciable magnicidio provocaría justamente lo contrario: una revuelta que socavaría al país.

La circunstancia es dura. Según el diagnóstico de su propio secretario de Seguridad Pública, Alfonso Durazo, la nación enfrenta altos niveles de violencia sin comparación desde la Revolución Mexicana; somos el segundo país más violento. Por eso presumir que no tiene guardaespaldas es más bien irresponsable.

Escuche a su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller, quien escribió en sus redes sociales el 11 de diciembre pasado que debe aumentar su seguridad, pues “ya no es la persona, sino la investidura nacional”.

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