Ayer, las imágenes de las calles de las principales ciudades españolas parecían ser las griegas de hace un año. Lo que detonó el malestar es el mismo: los recortes en el gasto público amarrados al cumplimiento de las metas impuestas por la troika.

 

La sociedad tomó las calles de las principales ciudades españolas porque, a su parecer, Mariano Rajoy los ha “defraudado”, lo que prometió durante su campaña, no lo ha cumplido. Así lo expresó un taxista valenciano entrevistado por la cadena SER.

 

En 12 meses el apoyo de los españoles al partido del presidente Mariano Rajoy ha caído, súbitamente, 13 puntos porcentuales. De haber logrado la mayoría absoluta en el Congreso con el 44.6% de los votos, en las elecciones de noviembre de 2011, ahora la intención de voto del PP es de 31.8% según la encuesta que publicó El País el pasado domingo. Dejando a un lado las siglas partidistas para evaluar exclusivamente al mandatario, el 84% de los españoles desconfía de Rajoy. Los socialistas del PSOE también caen en la intención de voto; pasó del 28.7% al 22.9% durante el mismo periodo. Sobre su “líder”, Alfredo Pérez Rubalcaba, ni hablar: ocho de cada 10 españoles lo desaprueba.

 

Sobre el tema económico, el 71% de los españoles no cree que las medidas que está tomando el presidente sean las óptimas.

 

De ahí que la segunda huelga general simplemente se haya convertido en un reflejo de la encuesta, es decir, del malestar que permea en casi todas las capas sociales del país. La popularidad es oxígeno para los mandatarios. Sin ella, la brecha empática entre gobierno y gobernados se amplía. En nuestra época híper mediatizada, la comunicación política, y por tanto, la relación entre Gobierno y sociedad civil es monopolizada por la imagen.

 

Un incremento de impuestos equivale a dejar entrar al gobierno a la casa. Es un invitado más. Si la familia tiene cuatro integrantes, el gobierno representa el quinto. Al que hay que destinarle parte del ingreso personal. Si ese invitado (Mariano Rajoy) prometió a las familias que no les quitaría más de lo que su antecesor (Zapatero) les quitó, pero incumplió, entonces el enojo aparece entre las familias. Si de esas cuatro personas que le abrieron la puerta a Rajoy, dos tienen menos de 25 años, la probabilidad de que uno de ellos se haya quedado sin su empleo supera al 90%. Algo más, si la familia no puede pagar la hipoteca, los cuatros serán embargados y tendrán que seguir pagando la comida a su invitado.

 

El problema para España es que la economía no es el único dolor de cabeza. La ruptura del bipartidismo entre populares y socialistas se hace pedazos frente al ascenso de los nacionalistas. El caso catalán es el reflejo del desgaste bipartidista.

 

En el radar político de Artur Mas, el presidente de Cataluña, el clima es óptimo para avanzar hacia el independentismo a través de la ruta de la retórica. Es una ruta más corta para llegar al destino pero la más peligrosa. Ahora, azuza a la población con la bandera catalana como si del equipo de futbol Barcelona se tratara. El proceso de emoción independentista le dará la mayoría en el Congreso pero la otra cara de la moneda será el crecimiento del odio incubado en la sociología catalana respecto a Madrid. Rajoy, por su parte, hace hasta lo imposible para descomponer la relación. Uno de los múltiples ejemplos lo escuchamos en la voz de su ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo: “Lo que quiere Artur Mas es dar un golpe de Estado”. En el descuido de las formas se revela la ignorancia.

 

España sufre una acumulación de crisis. La económica detonó la política y ésta a la nacionalista. En doce meses, el gobierno de Rajoy envejeció cuatro años. Ahora hay quien le pide el adelanto de elecciones generales. Del déficit presupuestario, España vive un déficit político.

 

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