Las Vegas, durante años se consolidó como el gran refugio de las fiestas patrias para los mexicanos, pero muestra señales de un repliegue significativo frente a lo que fue 2024: el 15 de septiembre de 2024 brillaron escenarios con actos como Fuerza Regida en T-Mobile Arena y una programación amplia de festejos y conciertos, en 2025 el mapa de presentaciones aparece más concentrado en figuras institucionales. Alejandro Fernández, Marco Antonio Solís, Reik, Jesse & Joy, mientras que algunas giras masivas y actos de calle han reducido su presencia.

La explicación no es de logística o de taquilla: en el último año se aceleró una política de control migratorio y de revocación de visados que ha golpeado de manera directa a artistas y a la programación de festivales.

Casos como la suspensión de presentaciones de agrupaciones mexicanas por trámites o revocaciones de visa, incluyendo cancelaciones y reprogramaciones, lo cual deja claro que la música regional mexicana y su público enfrenta un condicionamiento geopolítico que antes no existía.

Esa mezcla entre operativos de inmigración (con redadas y mayor visibilidad de ICE en eventos comunitarios) y la cancelación de visas ha provocado que promotores y organizadores repliquen estrategias conservadoras: contratar nombres seguros con historial de acceso, limitar mercados de riesgo y, en algunos casos, cancelar eventos abiertos por temor a que asistentes y trabajadores sean detenidos o intimidados.

Medios y organizaciones culturales han documentado festivales cancelados o transformados ante el miedo de la gente a salir y celebrarlo colectivamente.

Por un lado, 2025 conserva figuras icónicas en Las Vegas: Alejandro Fernández vuelve a programarse en el MGM el 15 de septiembre, lo que da continuidad a una oferta rentable para casinos y arenas.

Por otro lado, el desplazamiento afecta a bandas y estilos emergentes o polémicos (narcocorridos, nuevas corrientes norteñas y corrientes urbanas con bases inmigrantes), que son precisamente los que mejor conectaban con audiencias masivas de origen mexicano.

La consecuencia: menos variedad y menos espacios donde la comunidad se reconozca sin filtros administrativos.

Más preocupante aún es el efecto cultural: cuando la política migratoria decide quién puede entrar y quién no, la música deja de ser un ámbito autónomo y se vuelve campo de control.

Los artistas pierden audiencias, las giras se encarecen por costos legales y de logística, y los festivales pierden su capacidad de convocar con libertad.

Al mismo tiempo, una parte del público se retrae; no por falta de ganas, sino por miedo real a ser detenido o afectado por operativos.

Si comparamos 2024 y 2025, la percepción es clara: hubo menos conciertos de algunos exponentes de la nueva escena regional en fechas patrias.

 

FACEBOOK  y YOUTUBE Ana María Alvarado

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