Para quienes rasgábamos los 10 años de edad durante la Olimpiada de Montreal 76, la imagen de la gimnasta Nadia Comaneci representaba la puerta de ingreso al asombro, el basamento de la sensibilidad estética, pero sobre todo, nos ayudó a comprender que la calificación 10 es imposible de obtener.

 

Visa-TBWA-Nadia-Comaneci

 

“Según las reglas vigentes, los jueces pueden considerar 55 posibles faltas en la ejecución de un ejercicio en la barra de equilibrio o en las barras asimétricas. Existen 55 maneras de rebajar centésimas a partir de un 10, 55 errores a evitar en menos de un minuto y 30 segundos: una pérdida de equilibrio, una pausa demasiado larga, una vacilación, un pie en punta mal estirado, un gesto imprevisto, las rodillas un poco demasiado flexionadas, olvidarse de saludar a los jueces antes de empezar y al concluir”. Así lo transcribe Lola Lafon en La pequeña comunista que no sonreía nunca (Anagrama, 2015). Un escrito conformado por rasgos de la realidad que moldean a una ficción bien imaginada alrededor de la figura máxima de la gimnasia rumana.

 

En efecto, los marcadores electrónicos que utilizaron los jueces durante aquella Olimpiada no contemplaban la perfección. Así, Comaneci lloró al ver el uno junto al punto decimal después de haber interpretado una obra maestra.

 

Imposible semejante respuesta de los jueces. Su rutina parecía haber sido castigada con un casi cero de calificación. Los marcadores tuvieron que ser ajustados después de las tres medallas de oro obtenidas por Comaneci.

 

Con ocho años de edad era imposible conocer y mucho menos comprender el entorno de la pequeña comunista sin sonrisa, es decir, poco se entendía de la industria de la perfección ordenada por el dictador Ceausescu al entrenador de Nadia, Béla Károlyi.

 

Entre el domingo 26 al lunes 27 de diciembre de 1989 Nadia logró sortear la vigilancia de la Securitate, la policía secreta con ojos de Ceausescu. Cruzó Hungría para ingresar a la embajada de Estados Unidos en Austria. Horas después aterrizaba el avión en el John F. Kennedy de Nueva York. El dictador fue asesinado junto a su esposa el 25 de diciembre.

 

La industria de la perfección no dejaba vivos detalles nimios. Por ejemplo, el siguiente decreto: “Todas las mujeres de 18 a 40 años deberán someterse a exámenes ginecológicos mensuales en su puesto de trabajo a fin de detectar posibles embarazos. Aquellas que presenten señales de intentos de aborto serán castigadas con penas de cárcel”. A Ceausescu le preguntaron en 1989 que cómo era posible que redactaran esta clase de decretos, a lo que respondió: “Es un poco como en Occidente, los que trabajan en revistas o en publicidad, por ejemplo, ensalzan productos sin creer en ellos; para nosotros era lo mismo”.

 

Nicolae Ceausescu ordenó a Károlyi vencer a dos enemigos en Montreal: a su aliado Unión Soviética y a Estados Unidos. Por orgullo y disciplina, respectivamente, Károlyi le exigió a Nadia y todo su equipo estirar al máximo la disciplina. Les introdujo una especie de algoritmo en el que la suma de gramos proyectaba en su conciencia cierto sentido de culpa. Si había que tragar agua del retrete para calmar la sed sin ser reprimidas por el policía, lo hacían.

 

Lola Lafon transcribe en cursivas las declaraciones que le dio Nadia a lo largo de varias conversaciones. No era necesario preguntar por la ausencia de sonrisas en la niña que maravilló el mundo. El contexto sombrío lo explica con detalle.

 

La libertad llevó a Nadia a vender sus historias en los inicios de los talk shows. Programas de televisión basura que conmocionaron a los estadunidenses que vinculan a los regímenes socialistas con el diablo.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *