No es necesario reseñar el asesinato en directo de dos periodistas en Estados Unidos. El mundo fue obligado a enterarse del cobarde acto por doble tiempo real, el de la televisión y el de las redes sociales.
Una cascada de medios de comunicación le hizo favor al asesino Vester Lee Flanagan de llevar a sus páginas de internet el video sobre su acto de “venganza”; como si de una estrategia concertada se tratara. No se le puede llamar de otra manera, existe corresponsabilidad de los medios en el asesinato de Alison Parker (periodista) y Adam Ward (camarógrafo).
El preámbulo de la “negociación” entre Flanagan y los medios no fue ficticio porque, como si se tratara de ley de la física, las redes sociales y las páginas web de medios de comunicación olisquean el morbo. Flanagan no tuvo que llamar a las redacciones de los periódicos para suplicarles a los editores que en pocos minutos él protagonizaría un guión macabro y como tal, requeriría la difusión de su acto.
“Sí, con mucho gusto, señor Flanagan. En el momento en el que usted coloque su video en Twitter o Facebook nosotros le daremos la cantidad que sea necesaria de retuits”.
“Encantados, señor Flanagan, mañana llevaremos las fotografías de su video a la primera plana de la edición de nuestro periódico, pero nos hubiera gustado que usted no huyera, que grabara también su suicidio, aunque está difícil, ¿postear la propia muerte?”. Podría ser un diálogo entre cómplices.
Las redes sociales y el tiempo real han desfigurado las páginas web de los periódicos. Los códigos deontológicos, bajo el escenario optimista de su existencia, fueron atropellados por el morbo y la estupidez. Combinación sexy de los que aseguran que llevar las nalgas de Kim Kardashian dispara los clics que requieren las áreas de comercialización para colocar pautas.
Los malos actores políticos y la mutación de las ideologías a terrenos nihilistas han provocado que los periódicos enfoquen sus agendas desde ángulos del mal espectáculo; degraden la sección de espectáculos a niveles promedio de las redes sociales, y que la sección deportiva se convierta en copia burda de los tuits deportivos.
Como ocurre en el fantástico cuento de Cortázar, “Casa tomada”, las redes sociales y su cómplice, el tiempo real, se han apropiado de las 10 notas más leídas al minuto.
Claro, la excepción es The New York Times o Le Monde, quienes no llevaron a sus respectivas páginas web el abominable video del señor Flanagan. Sus filtros éticos detuvieron la decisión de ser corresponsables del asesino.
Las redes sociales han distorsionado la jerarquización de las noticias; existen quienes piensan que son medios de comunicación, y no. No lo son. Uno de sus rasgos se acerca más al modelo de las encuestas que de las noticias. Si Twitter es un espejo de pensamientos (Referéndum Twitter), entonces la simulación y la escatología también se pueden tuitear.
La red Periscope asimila la naturaleza del cortometraje; la imagen como acción en “pocos caracteres”. El video de Flanagan pudo haber embonado en Periscope para escapar del engorroso, por congestionado, timeline de Facebook. Sus fronteras, como las que existen en Twitter, se convierten en un zapping transmoderno: publicidad, cursilerías y asesinatos.
En la sociología, también transmoderna, informarse por la mañana acompañado por un café, implica abrir Facebook y Twitter y ver, primero, videos de asesinatos (con corresponsabilidad de los medios) y las nalgas de Kardashian.