Hagamos a un lado el ruido y la paja; hagamos a un lado las declaraciones, los encendidos reclamos, aquel ridículo llamado a pena de muerte por "traición a la patria" y hagamos también a un lado las lisonjas y los aplausos de aquellos que ven en esto otra forma más de golpear al gobierno o un argumento para alimentar "la causa".
El tercer largometraje del mexicano Amat Escalante no es un panfleto, no es una denuncia, tampoco un retrato "del México actual"; es más bien el relato -en la mejor tradición del western clásico- de un hombre recto que verá resquebrajado, abrupta y cruelmente, su pequeño mundo idílico a manos de la maldad externa, absoluta e implacable. Se trata, por mucho, de la mejor cinta del director mexicano.
El personaje que da nombre a la película, Heli, es un adolescente (apenas veinte años, tal vez menos) que vive en una pequeña casa, en medio de la nada, de alguna zona rural mexicana. Junto con su padre, su pequeña hermana, su esposa (también adolescente) y su hijo recién nacido, Heli es la verdadera autoridad del hogar: lo mismo se ocupa y se preocupa de los estudios de su hermana como da techo y sustento a su esposa e hijo gracias al trabajo que tiene en una armadora de autos local.
Su hermana (de apenas 12 años y que estudia la secundaria) se hace novia de un cadete en entrenamiento visiblemente mayor que ella. La ingenua pareja habla de amor, de matrimonio y de una vida juntos alejados de aquel lugar. Para ello, el joven soldado roba un par de paquetes con droga que ocultará en casa de su novia. La violenta reacción de los agraviados devendrá en un inevitable, cruel e implacable ajuste de cuentas.
Si bien Escalante no escapa a su gusto por el shock-value, es innegable una evolución respecto a sus cintas anteriores: la cámara en manos de Lorenzo Hagerman le arrebata al árido paisaje algunas tomas de una belleza contradictoria, sus planos secuencia elevan el dramatismo y su control del espacio fílmico hace aún más inquietante la impecable puesta en imágenes.
Como es de esperarse, Escalante no será sutil. Siempre al filo de la provocación gratuita, el director no sólo nos pondrá en primera fila de un ominoso espectáculo de tortura extrema que resulta aún más perturbador cuando se revela a los verdugos: un grupillo de adolescentes y niños que, al tiempo que juegan al Play Station, muelen a palos al pobre diablo que han colgado de manos en el centro de la sala, todo ello mientras su mamá observa, tímida y complacientemente, desde la cocina donde presumiblemente prepara la cena.
El horror cotidiano exige nuestra atención. A diferencia de sus filmes anteriores, donde la violencia no encontraba mayor sustento que no fuera el de impactar e incomodar al público, Escalante encuentra una justificación clara: el descenso de su personaje hacia el infierno no podría ser terso, la impotencia causada por la violencia implacable del narco y la pasmosa complacencia (por omisión o por mera incompetencia) de las autoridades es la misma violencia que se ha vuelto cotidiana en nuestras vidas. Cerrar los ojos a ello sería el verdadero crimen.
Sin embargo, el motor de esta película no es la denuncia ni el denuesto. Si esta cinta funciona no es por su crueldad extrema, su "brutal testimonio", o su retrato del "México real"; funciona porque al frente de todo ello hay una historia que contar y un personaje que seguir. Heli, cual héroe abatido de un western, buscará la redención a todo costo, haciendo lo posible por acallar las voces que claman venganza, pero tratando también de saciar esa hambre de vida: la voz del eros que, en medio de aquel infierno, nos recuerda que aún queda algo o alguien por quien luchar.
HELI (Dir. Amat Escalante)
4 de 5 estrellas.
Con: Armando Espitia, Andrea Vergara, entre otros.