La popularidad es un disfraz removible por la reflexión. Basta y sobra con sumergir un tenue pensamiento en el océano de la información para comprender que la popularidad se ha convertido en un mal necesario, y únicamente reproducible en atmósferas mediáticas.
Forzando la comparación (porque la psique de los personajes se sitúa en polos opuestos), el Edward Snowden de España se llama Luis Bárcenas. Un hombre que se dedicó, durante dos décadas, a construir un laberinto en la tesorería del Partido Popular (PP). Un buen día, amaneció en las cañerías del instituto político. Bárcenas logró coleccionar cuentas bancarias en Suiza, Estados Unidos y paraísos fiscales. Se estima que su fortuna, a reserva de que se revelen nuevos productos financieros, alcance los 50 millones de euros, algo así como 850 millones de pesos. Todo iba bien para Bárcenas… y para la cúpula del PP, hasta que los periódicos El Mundo y El País revelaron originales y copias de la hoy llamada contabilidad B del PP. (La trama se llama Gürtel e inicia en el interior de una sastrería en Valencia en la que un contratista se dedicaba a regalar trajes a diestra y siniestra a políticos renombrados; los jueces, al escarbar el ornamento, llegaron a la contabilidad B.) En ese momento el partido y el presidente Rajoy se fueron distanciando, lentamente, del otrora amigo íntimo de los cupulares pepistas. Por las copias publicadas por El País, se sabe que Mariano Rajoy, pasando por Francisco Álvarez Cascos (vicepresidente en tiempos de Aznar) y Javier Arenas, entre muchos otros, recibían sobresueldos no declarados ante Hacienda. El dinero provenía de donaciones realizadas por empresas constructoras. Otra fracción monetaria se destinaba a sufragar excedentes de campañas políticas del partido.
Como si se tratara de la serie de televisión House of cards, en la que los roles de los políticos cambian de acuerdo con los designios del poder, Bárcenas fue aliado del PP, y cuando éste le pidió que negara la autoría de la contabilidad B, Bárcenas lo hizo. Pero cuando el vocero del PP llamó delincuente a Bárcenas, y sobre todo, cuando el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, no “jugó a las permutas judiciales” para congelar el caso, Bárcenas cambió de identidad. Tomó la de Edward Snowden para, primero, reconocer la autoría de la contabilidad B, y segundo, para subir al presidente Rajoy al mapa público del caso.
El Snowden de España filtró al director de El Mundo un conjunto de mensajes SMS que intercambió con el presidente Rajoy. Con ellos, Bárcenas comprueba que el presidente trató de protegerlo: “Luis, nada es fácil, pero hacemos lo que podemos”, le escribió Rajoy en febrero de 2012. Once meses después, cuando Bárcenas le pide a Rajoy que obligue a la secretaria del PP, María Dolores de Cospedal, a salir frente a la prensa para solicitar a El Mundo las pruebas respecto a la entrega de sobresueldos, el presidente de España le escribe en un SMS: “Luis, lo entiendo. Mañana te llamaré. Un abrazo”.
Ayer, Bárcenas testificó por décima ocasión ante el juez instructor del caso, pablo Rus; no sólo confirmó la existencia de la contabilidad B, fue más allá y sin mostrar pruebas aseguró haber entregado en 2009, 25 mil euros (425 mil pesos) al entonces secretario general del PP, Mariano Rajoy. En esa ocasión, no lo hizo a través de cajas de puros, como reveló El Mundo el domingo antepasado.
Rajoy junto con el PP no supieron manejar la crisis. Pensaron que el buen amigo nunca los traicionaría. Pero el mundo de la política se apega al guion de House of cards, un mundo de traiciones a través de filtraciones.
Las popularidades del PP y PSOE son menores a la sumatoria del resto de los partidos. Es decir, es probable que si mañana se celebraran las elecciones generales en España, ni Rajoy ni Rubalcaba tendrían la posibilidad de encabezar coaliciones de Gobierno. Inédito en la corta historia de la democracia española. El caso Snowden se tropicalizó en España.