La vulgaridad destruye a la democracia. Atrás quedaron las mediciones subjetivas sobre el desempeño de los políticos. Ellas, las encuestas, transfirieron rasgos de esclavitud a todos aquellos que primaron la imagen sobre la eficiencia; la percepción sobre la realidad; el cinismo sobre la responsabilidad. A las encuestas las vejaron; enfermos de la imagen deshuesaron el componente científico. ¿Para qué colaborar con la ciencia si la ciencia ficción genera rating?

Los tiempos lo permiten. En Latinoamérica, el semillero de dictadores (del siglo XX) fue blindado por la retórica antiimperialista. En efecto, existió una época en la que el elevado valor de las justificaciones deslumbraba a los derechos humanos: que si Getúlio Vargas logró unificar a Brasil; que si Augusto Pinochet dignificó a las finanzas públicas; que si Videla santificó a la política. Después de la caída del muro de Berlín, la política latinoamericana adoptó como estrategia ramplona a la hollywoodización del Imperio.  Ahora, el perfume de la vulgaridad política se obsequia en todo acto propagandístico.

 

Si la deconstrucción de las ideologías sorprendió a Fidel Castro en el cenit de su vejez, Hugo Chávez se autoimplantó su rostro. Primer experimento de clonación política.  La oveja Dolly murió el 14 de febrero de 2003 por motivos pulmonares, aunque en realidad no murió: creó una industria. La combinación nuclear durante un viaje, desde una célula donante hacia un óvulo no fecundado, generó la industria del copyright animal. Gracias a Dolly, la sociedad global se enteró que los milagros se industrializan, se empaquetan al vacío y se venden lo mismo en cadenas de comida rápida que en instituciones políticas. Hugo Chávez no murió. La vulgaridad petulante y presuntuosa de Nicolás Maduro transfiere riesgo futuro a la zona sistémica que cubre, desde los terrenos nicaragüenses hasta Tierra de Fuego (no el terruño cuya propiedad es de Chile sino el correspondiente a Argentina), pasando, claro, por Cuba.

 

No es la voz inteligente del presidente encargado y candidato presidencial por el Partido de la Necrofilia Venezolana (PNV) lo que hará perpetuar el espíritu del comandante y ex golpista Hugo Chávez, es la clonación de las células de Hugo Chávez Copyright  en un personaje llamado Nicolás Maduro (Dolly versión humana), el encargado de generar felicidad en el segmento chavista. Y esto ocurrirá en el momento en el que cada una de sus partes acuda a la urna a depositar el sobre industrializado empaquetado al vacío. ¿Ideología o farsa? ¿Política o burlesque? ¿Democracia?

 

Las mutaciones de Dolly no sólo ocurren en Latinoamérica. Kim Jong-un retoma la estrategia de hollywoodización del Imperio para obtener la mayoría de edad. Los estadunidenses desayunan su egg Mc Muffin, leyendo el USA Today, sin el temor de que un misil disparado por el niño glotón Kim Jong-un cruce por la avenida de enfrente. ¿Ficción o realidad? El absurdo del glotón eclipsó al temido Mahmud Ahmadineyad, quien se encuentra preparando su campaña electoral.

 

Sobre Europa se ha escrito mucho sobre clonación política desde que Bruselas designó a dedo al gobierno griego que asimiló 100% las medicinas de la troika. Mario Monti subió al poder gracias a que Berlusconi fue derrotado por la prima de riesgo. ¿Democracia o incompetencia financiera? La política al revés se convierte en burlesque. Así nos lo confirma Marine Le Pen, con ideología de altura social, le pide a Hollande su renuncia por no saber vigilar los tics de sus ministros, en especial, los de aquellos que abren cuentas bancarias (personales aunque suene a redundancia) en Suiza con asesoría de la propia familia Le Pen.

 

¿Politicemos o vulgaricemos?

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