Facebook, red social fundada en febrero de 2004 por Mark Zuckerberg, Dustin Moskovitz, Chris Hughes y Eduardo Saverin, emplea a 20,658 personas y alberga a más de 2 mil millones de usuarios activos al mes --dato al 30 de junio de 2017--. Según un estudio de Pew Research Center de 2016, 79 % de los internautas estadounidenses --de los 323 millones de vecinos, el 86 % usan internet en alguna forma-- visitan Facebook; asimismo, 76 % de los usuarios de la página en Estados Unidos reporta consultarla diariamente. Y en México hoy, según Statista, hay 50 millones de usuarios --más del 40 % de los mexicanos--.
Si bien no era una idea “nueva” --el sitio SixDegrees.com, una especie de proto-Facebook, se lanzó en 1997; la versión beta de MakeoutClub.com, primer página que introdujo el concepto del perfil individual personalizable, vio la luz en 1999; Friendster, sitio malayo de interacción social y juegos, apareció en 2002; MySpace, en agosto del 2003; y HI5, en junio de 2004--, el gran mérito empresarial de su principal desarrollador y fundador, Mark Zuckerberg, fue dar con éxito el salto de sitio web de nicho --primero solo disponible a estudiantes de Harvard-- a la masificación comercial; salto, dicho sea de paso, que pocas odiseas digitales logran dar debido a discrepancias entre conveniencia proyectada y necesidad real del mercado, falta de fondeo o lucha de egos.
Para el millennial, no hay historia de éxito más increíble que la de Zuckerberg. Este sujeto de 33 años abandonó Harvard; logró establecer miles de millones de conexiones entre personas de todo el planeta; se convirtió en el quinto hombre más rico --en los rankings que miden la riqueza legal, como el de Forbes--; y en uno de los más poderosos en la historia gracias a que administra información esencial de más de una cuarta parte de los humanos --la población mundial hoy ronda los 7 mil 400 millones--.
Alguien de ese tamaño no puede --no debe-- ser ajeno a los asuntos políticos y sociales planetarios. Zuckerberg no lo es: constantemente sube críticas y opiniones en su perfil porque sabe que su hijo puede crear o destruir jefes de Estado y coordinar revoluciones. Está demostración de influencia, así como su riqueza y juventud, han desatado la imaginación de muchos comentrócratas que lo ubican como candidato presidencial en algún futuro. Zuckerberg, al día de hoy, se ha limitado a la ambigüedad.
En términos generales, dos nociones de poder han gravitado la lucha humana por la gestión del mismo: el poder debe limitarse por el bien del individuo; y el poder debe expandirse para servir mejor a la colectividad. La primera desconfía del poder bajo una lógica de suma cero: más poder público concentrado es igual a menos libertades para una persona. La segunda ve el uso del poder público como un manto de protecciones --y por ende, de injerencias-- que debe crecer a la par del progreso social y la población. Lo complejo es que una no necesariamente excluye a la otra; es por “grados” de complementación.
Al igual que las de cualquier ciudadano, las aspiraciones --o no-- de Zuckerberg a la oficina pública más poderosa del mundo son totalmente legítimas. La cuestión aquí es sobre concentración de poder más allá de --más no por encima-- sus propios derechos políticos; me refiero a una cuestión de idoneidad y prudencia de Estado. Para soldar mi punto, voy a estirar un poco la liga con una pregunta: ¿el ciudadano privado más poderoso del mundo debe ocupar la oficina pública más poderosa?
Además del conflicto de interés que abrazaría a Zuckerberg en una contienda presidencial --un particular con buena parte de los datos del hombre, llegando a la oficina gubernamental con mayor acceso a la información que existe--, una hipotética victoria suya implicaría la consolidación de Estados Unidos como la plutocracia --“situación en la que los ricos ejercen su preponderancia en el gobierno del Estado”-- por excelencia. Usted puede argumentar que esto ya se evidenció cuando Trump llegó a la Casa Blanca, sí, pero ello sólo refuerza el punto de que las cosas pueden empeorar: no olvidemos que viéndolos como empresarios --como privados--, Zuckerberg es mucho más rico y poderoso que Trump.
Esto me recuerda a una plática que tuve con un grupo de amigos que promovía la idea de que Carlos Slim Helú fuese presidente. Su argumento, en lo general, era: “Él ya es rico, no se dedicará a robar”. Puede que tengan razón, no lo sé. Pero recuerdo haberles contestado algo como: “La idea es que quién sea el presidente pueda controlar a alguien como Slim, y no concentrar el mayor poder privado y el mayor poder público en una sola persona”.
@AlonsoTamez
caem