La broma rompe con lo cotidiano. Y lo cotidiano, en política italiana, es la incertidumbre.

 

La vulnerabilidad en la política es un producto con denominación de origen italiano. Al rebobinar la historia aparecen nombres como Bettinio Craxi, Democracia cristiana, jueces, mani pulite contra la corrupción, tres mil políticos imputados, Berlusconi y ahora Beppe Grillo. La ensalada de palabras se adereza con la inestabilidad que la naturaleza del sistema político propicia. Decenas de partidos se aglutinan en coaliciones ganadoras que, al paso de los días, cuando más meses, se desintegra por el retiro de apoyo de un solo senador. Un ejemplo es el primer gobierno de Silvio Berlusconi, mayo de 1994. Duró siete meses después de que el partido Liga Norte se retirara de la coalición Polo de las Libertades. Lamberto Dini, quien se desempeñara como ministro de Presupuesto de Berlusconi, fue señalado por el dedo del presidente Scalfaro para desempeñarse como primer ministro, en el puesto estuvo 17 meses (desde enero de 1995); el paradigmático profesor Romano Prodi, la coalición del Olivo, estuvo 29 meses frente al gobierno (mayo de 1996); llegaron Massimo D’Alema, Giuliano Amato y un largo etcétera, y lo mismo. Meses de gobierno; años de inestabilidad.

 

Si a lo anterior se le interpreta de manera ideológica, Italia se encuentra en un viaje que inició con el socialismo, mutó a la derecha mediática y concluye con una fórmula que pocos saben hacia dónde quiere llegar.

 

Es decir, partamos de la impronta del socialista Bettino Craxi en el desfigurado cuerpo político italiano; después del proceso anti corrupción Manos Limpias, Craxi salió huyendo a Túnez, pero antes de hacerlo, consintió las triquiñuelas que a la postre detonaron el ascenso del candidato de la televisión, Silvio Berlusconi. Los ojos de Berlusconi apuntaron a las velinas, guapas edecanes que llevó al Parlamento para articular el futuro de Italia; en su hígado escondió su publicitario odio hacia el comunismo, figura icónica creada ex profeso para sostener batallas mediáticas. Lo suyo. Berlusconi se convirtió en el álter ego de millones de italianos. Al atravesar la crisis del euro, Bruselas lo golpeó y, en 2011, lo sacó de la jugada. Finalmente llega el candidato de internet, que no pisa un estudio de televisión y que acaba por ser el más votado por el electorado; sin alianza y sin enormes presupuestos publicitarios.

 

La preocupación por la situación de Italia no necesariamente nace de la vulnerabilidad del sistema ya que el propio sistema electoral incentiva a la vulnerabilidad. En pocas palabras, a los largo de los años los italianos han logrado crear un sistema inmunológico, electoralmente hablando, que los protege de caer en el abismo de la ingobernabilidad. Más bien, la preocupación se bifurca en lo que se habla a nivel de las calles de las ciudades italianas y belgas. En el primer caso, pensemos hipotéticamente que el sistema político italiano fuera presidencial: su próximo presidente sería un cómico que desprecia a la política.  En el segundo caso, Bruselas, sede de varias instituciones europeas, no desea que un país socio ataque los intereses de la zona; es decir, deplora el surgimiento de personajes anti sistema como Beppe Grillo.

 

La única carta de la Unión Europea es Pier Luigi Bersani, de la coalición de partidos de izquierda. ¿Cómo impedirán que Berlusconi coopte varias carteras en un hipotético gobierno de Bersani? Sobre Grillo, las dudas se refuerzan en las identidades y deseos de quienes se sentarán en el Congreso para criticar a los políticos. Hoy, el dilema del prisionero se convierte en juego infantil junto a la verdadera mesa de negociación en el que se encuentran políticos y cómicos italianos.

 

Beppe Grillo, una no broma para la incertidumbre cotidiana de la política italiana.

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