Estuvo clasificado como Top Secret durante décadas. La Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA, por sus siglas en inglés), recibió en 1977 un estudio de Charles H. Lacombe, titulado: The Maya Astronomical Computer. “Este documento presenta evidencia de una computadora astronómica visual que pudo haber servido a los astrónomos-sacerdotes mayas para realizar cálculos astronómicos complejos de forma simple y exacta. Sus observaciones fueron grabadas en los libros de jeroglíficos, en los cuales ellos desarrollaron tablas para predicciones. Tres de los libros sobrevivientes -los códices Dresden, París y Madrid- contienen esas tablas, con las explicaciones y las aplicaciones específicas”.
La civilización maya floreció hace siglos en Guatemala, El Salvador y la Península de Yucatán, en México. A pesar de los esfuerzos intensivos de eruditos de muchos países, nadie ha resuelto con certeza el significado de los jeroglíficos mayas. Su desciframiento es más difícil que resolver otras escrituras antiguas, como la egipcia, la de Creta o Babilonia.
Lo que el NSA sabía en 1977, y que no quería que todo mundo supiera, es que durante siglos los sacerdotes mayas observaron el cielo y podían predecir el ciclo de Venus, Marte, Júpiter, Saturno, Mercurio, la Luna y el Sol.
Para los mayas, dice el estudio, Venus era el centro del Universo calendárico, con cada calendario planetario girando en torno al mismo plano. Ese plano era de 260 días, conocido como Tsolkin, un lenguaje común que todos los calendarios hablan.
Fue con este calendario de 260 días que los mayas grabaron el eterno reloj cíclico que observaron en el cielo. Los patrones geométricos repetitivos y columnas de jeroglíficos que utilizaban se basaban en ese periodo, y cada lectura que se hacía de esas tablas daba elementos para predecir equinoccios, solsticios, eclipses solares, y días en los que dos o más eventos celestiales podrían ocurrir. Seis serpientes eran las guías o llaves para leer este dispositivo que la NSA describe como una computadora astronómica. Una de las llaves está perdida.
“Casi increíble en su perfección y simplicidad, desempeñando al instante la combinación increíble de funciones matemáticas necesarias para programar y arrojar datos astronómicos”, dice el documento.
Eso justificaba un reporte interno secreto.
Hoy los científicos desconocen todavía la interpretación religiosa que daban a estos movimientos, o la lectura que daban en su vida diaria a estos conocimientos. Lo que único que pueden decir con certeza es que los astrónomos-sacerdotes estaban obsesionados con el tiempo.
Para los medios de comunicación masivos, como el cine y las cadenas de televisión enfocadas a hacer documentales hasta de las moscas, el 21 de diciembre de 2012 se aborda como la fecha del fin del mundo (termina un ciclo de 13 periodos de 400 años cada uno). Dicen que eso lo advirtieron los mayas. Sin embargo, solamente es una fecha mitológica en el pasado distante de esa misteriosa cultura. El fin de un ciclo largo de tiempo. Una interpretación apocalíptica que se ha rechazado una y otra vez.
La percepción del tiempo de los mayas es muy diferente de la que tenemos hoy nosotros, me dice Alexandre Tokovinine, investigador asociado del Corpus de Inscripciones Jeroglíficas Mayas del museo Peabody de Arqueología y Etnología de la Universidad de Harvard.
“No sabemos cómo funcionan estos ciclos”, lamenta Tokovinine. “No hay un texto maya que diga que va a acabar el mundo en esa fecha. Me encantaría saber, aunque sea un poco, por qué esta fecha en el futuro es importante para los mayas”.