La globalización es un acuerdo entre gobiernos y empresas, con propensión hacia el comercio internacional, sobre el comportamiento que desean ver entre ciudadanos y/o consumidores. Los gobiernos llaman ciudadanos a sus clientes cautivos mientras que las empresas los denominan consumidores; los gobiernos trabajan bajo un sistema monopólico, es decir, ineficiente, mientras que las empresas, si bien es cierto que sueñan con poseer productos con atributos monopólicos y desarrollar su negocio sin encontrarse con regulaciones (maximización de utilidades), la realidad nos dice que la mayoría de los sectores económicos se integran por muchos competidores. Un ejemplo es Apple, el lanzamiento del iPhone o del iPad abrió un nuevo mercado por lo que las participaciones de ingreso y de mercado, durante los primeros meses, fueron del 100%. Ahora, Thomson Reuters y Bloomberg señalan que las utilidades del último trimestre del año pasado cayeron 2%. Desde 2003, con excepción de un trimestre, el beneficio neto de Apple siempre había crecido por arriba del 10%. La ralentización del crecimiento del iPhone se sustenta en el incremento en los costos de producción (después de que en las plantas chinas se les paga sueldos míseros a los trabajadores) y de la presión de Samsung.
PricewaterhouseCoopers (PwC) dio a conocer en el Foro de Davos su ya clásica encuesta sobre las expectativas que tienen los empresarios sobre el entorno temporal (2013) de sus respectivos negocios. China e India forman el bloque de los híper optimistas con un promedio de 89.5% de optimismo en el crecimiento de sus respectivos negocios; Brasil, México y Estados Unidos forman el bloque de los medianamente optimistas con un promedio de 86.3%; España, Italia y Francia son los pesimistas (60.6%). Los resultados son una radiografía de la crisis del déficit en Europa; del punto de inflexión de Estados Unidos y del ritmo positivo de las economías emergentes.
Los dueños de las empresas ruegan que los políticos no distorsionen a los mercados; principalmente les temen a las medidas que implementan contra el déficit fiscal, a las sobrerregulaciones y la complejidad de los sistemas fiscales. Es decir, sus tres máximas preocupaciones dependen de los gobernantes. Posteriormente, los empresarios le tienen miedo al precio de la energía de las materias primas y, finalmente le temen al comportamiento del consumidor. Quizá porque es maleable a la hora de aceptar tasas CAT a 50%.
Los consumidores, por su parte, le temen a sus gobernantes. Conceptualizan a la democracia como un proceso de desafección producido por las aportaciones escatológicas del marketing y un espectáculo dantesco de la retórica estrenado en el siglo pasado. Simplemente hay que observar los bajos niveles de popularidad de personajes como Mariano Rajoy (20%), Evo Morales (39%), Sebastián Piñera (33%) o Dilma Rousseff (59%). Qué decir de los montajes populistas de David Cameron, Hugo Chávez y Cristina Kirchner.
En el nuevo triángulo de las Bermudas se encuentra la gobernanza del siglo XXI. Sus vértices son ocupados por políticos, empresarios y ciudadanos/consumidores. La desconfianza atenta contra la democracia y a los empresarios no les preocupa una posible insurrección de los consumidores. Saben que, siendo ciudadanos, les aburre el panorama. Conocen, los empresarios, que la satisfacción a los largo de las curvas de indiferencia se alimenta de Apple. Claro, cuando se tiene efectivo. Cuando no, la banca aparece con sonrisa Colgate para ofrecer plásticos gratuitos con letra chiquita: CAT 50.02%.
Bienvenidos al verdadero triángulo de las Bermudas.