Época de renuncias; de la del Papa a la imposible de Chávez; de la renuncia entrópica del tunecino Ben Alí (todo inició por la muerte por quemaduras del joven despojado de su empleo) a la lapidación transmitida en tiempo real en YouTube del dictador libio Gadafi. Las renuncias light son ejecutadas desde Bruselas: así le sucedió al griego Papandreu quien colocó su cabeza en la guillotina en el momento de anunciar un plebiscito para decidir sobre las reformas económicas. La biología, y no Estados Unidos, provocó la renuncia de Fidel en Cuba.
En tiempo real las exigencias de la población desgastan a los gobernantes. Un error se eleva a una potencia poco imaginable; una mentira los lleva a terrenos de pólvora. Así le sucede al presidente español, Mariano Rajoy; tocado por la crisis económica, y arrinconado por la contabilidad meta constitucional de Bárcenas, no le queda otra opción que deformar a la retórica para tratar de salvar a su puesto. “No debemos entrar en más juegos ni en más enredos, ni en dimes ni diretes”, dijo ayer Rajoy a puerta cerrada a los diputados del Partido Popular (PP).
La historia demuestra que un mal manejo de crisis bifurca la personalidad del afectado. Una esquizoide atmósfera atrapa al político que se ve obligado a deformar la retórica para tranquilizar a los ciudadanos. ¿Quién es Rajoy? El hombre honesto con imagen de abuelo prematuro cuyo lenguaje barroco adorna sus conversaciones con amigos o el hombre mentiroso que transfiere el escenario Bárcenas a los socialistas bajo el ánimo de que ustedes son más corruptos que nosotros.
Las pruebas caligráficas de los archivos de Bárcenas no desmontan la implicación del hoy presidente en la recepción mensual de una nómina que, no sólo sorteó al fisco, sino que parte del dinero proviene de empresarios de la construcción. La conclusión es que sí recibió dinero. Una de la pruebas no legales ni pedidas que el propio Rajoy otorgó a la sociedad española, fue la de hacer transparente sus declaraciones fiscales a raíz del caso Bárcenas. La realidad es que el dinero negro nunca aparece en documentos. Inocentada en pleno febrero.
Rajoy tardó ocho años en llegar a la presidencia, perdiendo en dos ocasiones las elecciones generales frente a José Luis Rodríguez Zapatero, y ahora, con poco más de un año en la máxima posición política, no está dispuesto a abandonarla.
La satisfacción de Rajoy es que el Congreso tiene una población mayoritariamente del Partido Popular (PP). Ahora, su lenguaje trata de ser transparente. Simula y actúa. Sobran los eufemismos que ayudan a cubrir al verbo mentir.
El pararrayos de Rajoy es su ministra de Sanidad, Ana Mato. En últimas fechas el determinismo que genera el abuso del poder le comenzó a cobrar facturas. En tiempos de Aznar, Mato fue de las pocas que incluyó en su círculo más cercano. Ahora, se han revelado los beneficios de la contabilidad de Bárcenas en su vida privada: dinero del partido para organizar las fiestas infantiles de sus hijos. Como Rajoy, también lo niega. Asegura que no renunciará al ministerio.
La sumatoria de problemas en España, paradójicamente, ayuda al presidente Rajoy. La diversificación del riesgo disminuye el riesgo personal del presidente. No toda la fuente de percepciones negativas las acumula el caso Bárcenas. Los suicidios hipotecarios provocan que la sociedad rechine los dientes; el nacionalismo catalán exacerba a los híper nacionalistas españoles; la corrupción en el seno de Unión Democrática, uno de los partidos que forma gobierno con el actual presidente catalán Artur Mas, entre varios temas, generan que el riesgo de Rajoy se minimice. Sin embargo, en pocos meses, cuando varios de esos temas bajen de intensidad, la figura de Rajoy aparecerá en primer término. Será el momento de adelantar elecciones.
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