Cuando el foco de atención es el comercio, desdoblado al máximo posible en lo que hoy ya es una metáfora, el TLCAN, la primera derivada de la Cumbre de Obama, Peña y Harper es el statu quo. Cuando Susan Rice matiza los componentes de la Iniciativa Mérida frente al Presidente mexicano, la segunda derivada de la Cumbre se sitúa en las externalidades de Michoacán y sus polisémicas autodefensas. La tercera derivada la aporta la visa canadiense: ¿Empatía? No, desconfianza.

 

Sobre el statu quo comercial, no se pueden embotellar mil 100 mililitros en una botella de litro. Para nadie resulta sorprendente que en el árbol de decisiones sobre el comercio, siempre se podrá mejorar la eficiencia migratoria, sobre todo, cuando existen muros en la frontera y dos visas de por medio.

 

Lo que asombra es la demografía-analítica nostálgica que se aferra a detener el tiempo para convertir al TLCAN en una pieza de museo. Lo importante no son los 20 años pasados sino los que vendrán. ¿Qué modelo de integración soñamos tener dentro de 50 años?

 

Sabemos de la existencia de grados de integración que aspira al geocentrismo: el comercio, elemental. ¿Pero qué sigue? Las fases de integración modélica, sí, modélica, se pueden observar en la arquitectura de la Unión Europea: comercio de productos y servicios, y libre circulación de personas; transcultura; ejes políticos comunes; moneda común. En dos palabras: instituciones comunes. ¿México, Estados Unidos y Canadá aspiran a tener instituciones comunes en algún momento dentro los próximos 50 años?

 

Hoy, la respuesta es negativa, y por lo tanto, tendremos que acostumbrarnos a la estructura cuasi monotemática de las cumbres.

 

Las tres naciones norteamericanas son etnocéntricas. Paradójicamente, una de ellas, posee el máximo de diversificación de intereses globales: Estados Unidos. Ese mismo país tiene el ejército más potente del planeta, y también, nuestro vecino es el máximo exportador de cultura global pero al mismo tiempo, débil importador de bienes culturales del resto del mundo.

 

Los tres países tenemos en común la obsesión por la soberanía. Obstáculo para la productividad de la multidisciplinaria globalización. Veneno para el desarrollo de la transcultura global.

 

La soberanía como veneno seductor por su sabor auténticamente mexicano.

 

La no cesión de soberanía, por gracia de los próceres como Lázaro Cárdenas y su soldado valiente, Andrés Manuel López Obrador, forma parte de uno de los 10 Mandamientos del Buen Mexicano. En otro mundo, el franco francés o el marco alemán representan, hoy, vestigios cuya naturaleza revela distanciamiento y guerra.

 

En México, en Canadá y en Estados Unidos, vivimos 50 años atrás que los europeos. Se podrá decir que el euro, en crisis, dificulta la articulación de estrategias de política monetaria. Sí. También se dirá que los movimientos antieuropeístas (como el que representa el Frente Nacional francés) aspiran a recargarse de soberanía para endurecer sus respectivas políticas migratorias. También. Que los ejercicios demoscópicos de Bruselas reflejan el desinterés de los ciudadanos por la Unión Europea. También es cierto. En realidad, lo que acontece en la Unión Europea es un fenómeno cíclico, es decir, natural. En ocasiones el europeísmo se recrea en las principales ciudades y en ocasiones sucede lo contrario. Lo importante son las bases sólidas de un edificio (conglomerado) de 28 pisos (naciones) que, por obviedad, cada uno de ellos conjuga de manera simultánea dos soberanías, la europea y la nacional.

 

El efecto entrópico de la globalización, bajo los ojos de Obama, provocó que su atención en Toluca, por momentos, se ausentara por el flujo de acontecimientos torales en Ankara, Kiev y Caracas.

 

Las cumbres norteamericanas tienen que convertirse en encuentros cotidianos y no excepcionales (cada dos años). De ahí el acierto de José Antonio Meade de lograr la conversión anual. Lo óptimo sería semestral.

 

También es un acierto lo que ya se había dado a conocer el año pasado: los incentivos para que 100 mil mexicanos viajen a Estados Unidos a estudiar durante los próximos cinco años.

 

En dos palabras se define la cumbre de Toluca: statuo quo.

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