Si fuera tan relevante para el futuro de un futbol coronarse a nivel Sub 17, las selecciones europeas acumularían mucho más que los dos únicos campeonatos mundiales que han festejado en esta categoría: Francia en 2001 y Suiza en 2009.

 

Por supuesto que es indispensable criar castas de ganadores, de origen educar a que la única meta ha de ser la máxima, plantear que un colectivo sólo se puede conformar con alcanzar el mayor escalafón y, en específico, que con trabajo es posible acceder a él, acostumbrarse a que todo es posible y todo rival derrotable.

 

No obstante, con título o sin título, no cambia la labor del futbol mexicano tras el soberbio desempeño en el Mundial de Chile 2015, más allá de cuánto nos han emocionado, enseñado, esperanzado. A diferencia de lo que acontece a nivel mayor, en donde incluso llegar al quinto partido se ha convertido en una quimera, con nuestros jóvenes es rutina disputar la cifra mayor, que son siete cotejos. Síntoma indiscutible de que algo se está haciendo demasiado bien en los procesos de detección y desarrollo de talentos. Síntoma, también, de que después algo no se hace con la suficiente eficiencia, toda vez que tras una década de dos títulos mundiales, un subcampeonato y una Semifinal, no parece haber diferencia significativa en el cuadro mayor. Como escribí una semana atrás, quienes son élite en la adolescencia, caen en la medianía en la adultez.

 

EFE_sub_17_2Comencé este texto refiriéndome a la aridez europea en los Mundiales Sub 17, porque me parece muy interesante que eso suceda al mismo tiempo que las selecciones del viejo continente marcan la mayor hegemonía de su historia: nunca antes habían hilvanado tres Mundiales consecutivos (Italia en 2006, España en 2010 y Alemania en 2014). Es decir, que lo triunfado o fracasado a los 17 años, no se relaciona directamente con los inmediatos plazos.

 

Más que buscar coronas, tenemos que aprovechar esas generaciones. México demostró en Chile que tiene porterazo a futuro con Abraham Romero; que posee una pareja de centrales de verdadera élite en el capitán Esquivel y el goleador Venegas; que cuenta con dos laterales de larguísimo recorrido en Cortés y Torres; que presume un medio campo tan sacrificado como creativo en Cervantes, Lara, Magaña y, sobre todo, el rutilante Pablo López; que encontró una dupla ofensiva de entendimiento y complicidad en Zamudio y Aguirre. En resumen, que cuenta con una camada espectacular, misma que exige desde ya minutos en el máximo circuito, buenos procesos para culminar esa formación, giras que continúen desafiándolos y exponiéndolos.

 

Ellos siempre creyeron. No los convenzamos de que se equivocaron en atreverse a creer. Démosles herramientas para seguir haciéndolo.

 

El Mundial 2005 nos dio muy buenos mundialistas (Vela, Juárez, Gio, Moreno), algo todavía no tan claro con el Mundial 2011. La lección debe de aprenderse y otra ocasión no puede desperdiciarse.

 

Otra generación dorada. Ojalá que no sea otra generación despilfarrada, que el verdadero título se valorará en unos años y no necesariamente tenía que evaluarse en las canchas chilenas.

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