Vanity Fair, ruega por la infanta Cristina; Urdangarin, ruega por el Rey Juan Carlos; Artur Mas, ruega por la independencia; Rajoy, ruega por la desaparición de la nómina fantasma; Bárcenas, ruega por el Partido Popular (PP); Alicia Sánchez-Camacho, ruega para que en los floreros de los restaurantes en los que come no escondan grabadoras; Oriol Pujoy, ruega por el secreto bancario; Bigotes, ruega por los sastres; Montoro, ruega por la prima de riesgo; Ana Mato, ruega para que las fiestas infantiles sean subsidiadas por el Estado; Josep Antoni Duran Leida, ruega para que la Unión Europea continúe financiando la plantilla de su partido. La letanía de los otros Indignados es interminable. La corrupción también. Sin embargo, el cinismo es mayor.

 

El presidente Rajoy no se atreve a mencionar el nombre de Luis Bárcenas, el gestor de la doble contabilidad del PP que, en sus tiempos libres, se dedicó a alimentar cuentas bancarias en Suiza. Las propinas, al parecer, se las daba al hoy presidente Rajoy, al entonces vicepresidente de José María Aznar, Francisco Álvarez Cascos, a Rodrigo Rato y a todo la cúpula de PP. En lugar de palabras, el PP ha optado por realizar demandas legales en contra a su surtidor bancario, y en contra del periódico El País, por cometer la osadía de publicar la agenda de la vergüenza.

 

Urdangarin se colgó de su suegro para amarrar contratos. Así, puso de rodillas al gobierno de la Generalitat Valenciana; Rita Barberá y Francisco Camps ya tienen su escudo de defensa (excusa) para justificar su vil acto de otorgar contratos a dedo. El determinismo monárquico no sabe de pobreza.

 

Artur Mas ya no sabe qué hacer con su socio Duran Leida, con los hijos de su álter ego, Jordi Pujol y con él mismo. Su socio y único ganador de las pasadas elecciones, Oriol Junqueras, la cabeza de Esquerra, parece una paloma blanca en medio de la grasa corruptora. De un tiempo a la fecha, Artur Mas se ha perdido en el marasmo existencialista esperando encontrar la respuesta sobre su futuro inmediato.

 

La siempre derrotada presidenta del PP en Cataluña, Alicia Sánchez-Camacho, sale a un bar para comer con la ex amante de Jordi Pujol Ferrusola, representante comercial de la marca Pujol, para escuchar las cuitas sobre los negros negocios del infante Pujol. Que si la ex amante le abrió mercado comercial en México; que si él se comprometió a darle dividendos sobre la utilidad; que si le gusta recorrer las calles de Barcelona con más de 5 mil euros en efectivo por si se le ocurre comer alguna butifarra con alioli; que si saca de Cataluña costales de dinero con destino  a Andorra, y un largo y entretenido etcétera.

 

Para incentivar a la memoria de los buenos momentos lo mejor es sumergirse en Vanity Fair, la versión escrita de la feria de vanidades. La portada del número de enero de la edición española expresa la urgente terapia a la que se somete la Casa Real. Elena, la infanta olvidada, vuelve a la primera fila para intentar disipar el alboroto desatado por la ociosidad del Rey Juan Carlos y la corrupción familiar protagonizada por Iñaki Urdangarin.

 

“Es 5 de enero de 2003. El Rey cumple 65 años. Un restaurante chino de la Gran Vía madrileña acoge esta noche a un peculiar grupo: toda la Familia Real, cuñados incluidos, tres amigos personales de los hijos de los Reyes (…) Durante la cena el Rey bromea con las amigas de las infantas. Les dice que se quiere reí, que es su cumpleaños. En ese momento se dirige al marido de la infanta Cristina: “Iñaki, llámame suegro”. Y Urdangarin, que comparte el mismo sentido del humor que el monarca, contesta obediente: “Hola suegro”. Pero el Rey insiste: “Con más cercanía, coño”. Y el duque de Palma suelta: “¡Qué pasa tío!”, y le da una palmada en el hombro ante la carcajada general de la mesa. Acto seguido, el Rey se vuelve hacia Marichalar (el que fuera su yerno, ex de Elena) y le pide que le llame Juanito. Envarado, el duque de Lugo se pone serio y sentencia: “Por favor, señor, en mi vida haría algo así. Usted para mí siempre será Su Majestad” (Vanity Fair, enero de 2013).

 

Otros tiempos. La cotidianidad de la Casa Real siempre despierta interés. Ahora, los rasgos de su cotidianidad son los conflictos legales. Sin embargo, lo importante es que la corrupción en el interior de la Casa Real, no debe de ser una cortina de humo espeso que cubra lo  que sucede en el ámbito de la democracia (sabemos que la monarquía es oscura por mandato de fuerzas superiores).

 

Lo más peligroso para España son dos aspectos: la corrupción y el quiebre en las relaciones entre Cataluña y el gobierno español.

 

Sobre la corrupción, sí existen pruebas (provenientes del mismo PP) sobre la corrupción de quienes hoy ocupan lugares privilegiados en el gobierno. Comenzando con el presidente Mariano Rajoy. Su reacción primigenia, después de que los periódicos El Mundo y El País destaparan el caso Bárcenas (el tesorero que sorteó a Hacienda al distribuir una nómina proveniente de donaciones y pagos de constructores), no fue ni la cercana posibilidad de hablar sobre el tema, ni la de ordenar una auditoria sobre la nómina ilícita. Lo que ordenó Rajoy fue crear una ley de transparencia que permita conocer, a la ciudadanía, lo que ganan los políticos y, al mismo tiempo, hizo público la descripción de su patrimonio (auditado por Hacienda).

 

Su reacción sembró la duda. Un santo inocente pensaría que un contribuyente declare ante Hacienda sus ingresos ilícitos.

 

En el segundo caso, para entender la mala relación entre el gobierno catalán de Artur Mas con el de Rajoy hay que rebobinar la historia contemporánea para ubicar a uno de los tantos errores cometidos por el entonces presidente José María Aznar. Con los blasones de la mayoría absoluta, en su segundo gobierno, intentó cercar a las autonomías más “beligerantes”: la vasca y la catalana. Fracasó al intentar imponer como única cultura, a la española. Pero las  previsibles reacciones de la física política determinaron que el famoso tripartito, apoyado por los independentistas de Esquerra Republicana, llegaran al poder. Unos años después, Rajoy cae con la misma piedra. Cercó a Cataluña, el presidente Mas adelantó elecciones y ahora tiene que obedecer a su socio: Esquerra Republicana.

 

La letanía es interminable.

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