Hasta el año pasado vivíamos en un país en el que la leche y las tortillas tienen un precio libre que determina el mercado, pero donde los combustibles se vendían por un costo controlado y fijado por la Secretaría de Hacienda.
Abrir el mercado energético fue, sin duda, una decisión acertada. Sin embargo, la elección de la fecha para iniciar con el proceso de apertura de los precios de las gasolinas fue muy desafortunada.

 

 
La combinación de la incertidumbre por el inicio de la administración de Donald Trump, con la consecuente depreciación del peso, marcó un escenario de presión en los costos de los energéticos.

 

 
Entonces, para el día en que se planeó el destape de la caja de Pandora del libre mercado de las gasolinas teníamos los precios más altos de las gasolinas en el mundo en varios meses, y los dólares en 21 pesos, y subiendo.
¿Era predecible la inestabilidad por la llegada de Trump a la Casa Blanca? ¡Totalmente!

 

 
El impacto social y político fue muy fuerte. En realidad, el impacto alcanza a sectores muy específicos de la sociedad, habitualmente los de mayores ingresos, pero también son los que tienen una voz que se escucha con más claridad al momento de protestar.

 

 
Al gobierno no le quedó más remedio que recular. Pero lo hizo de una forma tan maquillada como creativa para no violar la ley que marcaba el inicio del proceso de apertura.

 

 
En esa búsqueda de eufemismos para tratar de tranquilizar a los encolerizados automovilistas, acuñaron el concepto de suavización del incremento. La única variable que podían controlar para subsidiar el precio sin violar la ley fue a través del Impuesto Especial sobre Producción y Servicios (IEPS), al que le aplicaron una fórmula para convertirse en el amortiguador de los aumentos.

 

 

 
La regla no escrita fue que las gasolinas no podrían subir en su comportamiento diario nada más allá de tres centavos, a cambio de que en sentido contrario tampoco bajaran más allá de esos mismos tres centavitos.
Y así tuvimos un nuevo precio libre, pero controlado. Que se fijaba por las fuerzas del mercado, pero se suavizaba con la manivela de los impuestos.

 

 
El tema es que desde febrero y hasta la fecha han ocurrido dos cosas de manera constante: ha bajado el precio del dólar frente al peso y han disminuido los precios de las gasolinas.

 

 
Pero con los costos suavizados en México, no hemos gozado de esa condición que es inherente al libre mercado.
Desde febrero y hasta estos días, los precios libres de las gasolinas habrían bajado casi un peso por litro, pero con la fórmula de la suavización sólo bajaron poco más de 10 centavos.

 

 
La suavización fue una medida política ante una realidad económica de enfrentar a los consumidores a un mercado al que no están acostumbrados, pero fue como enseñarles a nadar echándolos al río en su zona más caudalosa.