Hace 17 años vi por primera vez estas escenas que se repiten casi siempre que una manifestación termina en violencia:
Escena I:
Un grupo de personas encapuchadas espeta insultos en pleno rostro a los policías que vigilan la movilización. Les lanzan objetos, e incluso les escupen, mientras patean sus escudos o les pegan con palos.
Los elementos resisten, hasta que prácticamente resulta imposible y reciben la orden de repeler. Así inicia un enfrentamiento. Algunos provocadores traen máscaras antigás, cohetones y hasta bombas molotov.
En lugar de que los elementos policíacos avancen en formación y realicen algún movimiento en grupo, muchos de ellos se lanzan a patadas y puñetazos sobre quienes, momentos antes, los insultaron.
Escena II
Un grupo de individuos se separa del contingente y comienza a atacar a establecimientos: rompe los vidrios y los saquea. Rompe las puertas de vidrio de los cajeros electrónicos, y pinta y destroza lo parabuses... hasta que llega la policía a detenerlos.
Ante la escasa capacitación de los cuerpos policíacos, las provocaciones detonan verdaderos enfrentamientos entre pandillas.
Los policías levantan del suelo las rocas y las arrojan a los manifestantes. Los insultan, les mientan la madre... jalan a sus oponentes de los cabellos para tratar de someterlos, los patean como si fuese un pleito callejero y no un acto de autoridad.
A coro, algunos individuos que acompañan a ese grupo incitan: “¡Represores! ¡Represores!” o, ya de plano: “¡Asesinos! ¡Asesinos!”.
Lo peor del caso es que muchas veces, en lugar de aislar a los azuzadores, hay personas que arremeten contra los uniformados.
¿Dónde están?
Al paso del tiempo, como lo ha publicado 24 HORAS, no hay consignaciones por este tipo de desmanes: los detienen, se anuncia que hay 3, 4 ó 5 detenidos, pero no se siguen los procesos. Llega el olvido y, de pronto, ya no hay retenidos.
¿Quién protege a estos provocadores? ¿Cómo es que nunca son consignados?
Son como fantasmas que revientan o desprestigian a las manifestaciones, pero nadie sabe quiénes son.
Lo que sí es un hecho es que cumplen su objetivo: sus agresiones suelen acaparar las portadas de los periódicos y la finalidad de las protestas pasa a segundo término.
En ocasiones revientan alguna manifestación.
Pero, además de que no hay un solo detenido por estos casos, surge otra incógnita: ¿por qué los toleran siempre los manifestantes?
Estos azuzadores son, en muchos casos, los responsables de los hechos violentos de marchas que, en un principio, serían pacíficas.