En el siglo de las imágenes, todo sucede en YouTube y YouPorn.
Por lo anterior, no sería difícil que los creadores de Google y dueños de YouTube, reciban una fatua a través de una aplicación Android con copia al director del semanario satírico Charlie Hebdo.
Kate Middleton, mejor conocida como Catalina de Inglaterra y Mahoma, la figura sagrada que logra mover a mil 200 millones de musulmanes, hicieron lo que Sarkozy no pudo con Hollande, ponerlo contra las cuerdas. Kate dejó la privacidad que obsequia el anonimato para convertirse en una princesa mimetizada por Lady Di, su suegra espiritual que una noche abandonó el Ritz parisino para encontrarse con su fatal destino en el puente del Alma. Por su parte, Mahoma, alumbrado por las sombras de una mala sátira, fue convertido en personaje público gracias al video que un copto egipcio grabó en su pequeño garaje californiano.
Diderot no se imaginó que los silogismos del siglo XXI derivarían en decisiones irracionales como el cierre de embajadas debido a la circulación de un semanario satírico o como el secuestro judicial de 15 fotografías que revelan a la princesa de Cambrdige en topless en épocas de Murdoch y su famoso tabloide News of the World, el único periódico que después de muerto, su legado crece minuto a minuto. Ambos eventos ocurren en la Francia de las luces apagadas.
En el semanario satírico Charlie Hebdo apareció Mahoma con el culo al aire mientras que en una mansión de la Provenza, la princesa hizo lo propio pero con sus senos. Bajo el contexto de la era del espectáculo de YouTube y YouPorn, ambas escenas son caricaturas tan comunes como corrientes. El entorno de las princesas en tiempos canallas se encuentra en las revistas del corazón mientras que a Mahoma, un solo gramo de racionalidad y otro de laicidad, convierten a súbditos del fanatismo en caricatura. Pero al parecer, jueces y presidente franceses prefirieron intervenir en los mercados del espectáculo y sagrado para dejar a un lado el legado enciclopedista.
Que no se nos olvide que el régimen oclocrático se encuentra a un clic de distancia.
La princesa apela a lo que cualquier peatón no puede hacer, a las leyes de privacidad. Lo supo Murdoch en tierras shakesperianas y no hizo nada. Los incentivos que mueven a los paparazzi superan a cualquier código deontológico no pirata. El mercado banal busca en los tabloides temas de conversación y reflexión del día, del mes o del año. Algo similar sucede con los talibanes. Buscan que su enemigo hable para escupirle. Quien tenía mucha lengua era Bush. Y así le fue a Estados Unidos.
Fukuyama se encerró en un cubículo para escribir El Fin de la Historia pensando que la competencia entre ideologías políticas desaparecería gracias a la conversión del sector, es decir, al ascenso del monopolio de Occidente. Por su parte, Huntington hizo algo similar pero agregando dosis de ficción a través del Choque de Civilizaciones, título al que Hollywood y Reagan lo tradujeron como Star Wars.
Todo iba bien hasta que el siglo XXI nos está demostrando que la diplomacia poco sabe de YouTube y de redes sociales. El punto más cercano de la provocación es la religión y no la política.
Mal hizo el presidente Hollande en ordenar para mañana viernes muchas de sus embajadas en países musulmanes. Al hacerlo, da la razón a los fanáticos. Formar el silogismo semanario=violencia llevará a Occidente a un nuevo estado de paranoia.
Lo mejor será que los diplomáticos comiencen a estudiar a las redes sociales. Los chinos lo hacen censurando palabra. Los musulmanes al descargar videos de YouTube, demuestran que cuando les conviene a la cultura por para divertirse. En otras culturas sucede lo mismo. Le sucedió a Bachar al Asad y también a uno de los hijos de Kim Jong-il.