Los lunes, en Roma, los cafés tienen olor a futbol; los martes y miércoles de Champions, arrojan elementos atmosféricos con aires de pasión; las tortas ahogadas de Jalisco saben distinto con los goles de Marco Fabián; el fuet de Vic complementa al placer de ver las aventuras de Messi y sus amigos los catalanes; las Olimpiadas cautivan; los Mundiales de futbol fascinan. Béisbol, fut americano, básquet, y un largo etcétera, forman parte de la fuente de vida de miles de millones de personas.
El número de palabras deportivas en el ambiente, supera al tránsito de cualquier red social; envidias de Twitter por el número de caracteres hablados de los apasionados del deporte; sonrojo facebookero por las nostalgias que animan a tertulianos futboleros a definir si fue o no gol fantasma el anotado por Inglaterra en contra de Alemania en 1966.
Al parecer, el futbol, y el deporte en general, ya no es lo que fue en tiempos de Albert Camus, quien de manera auténtica realizó una lectura moral sobre de él. El comportamiento de los jugadores de futbol en la cancha, decía, es una respuesta de sus inquietudes cotidianas. Desde que Ricardo Teixera y Joao Havelange se apoderaron de la capital del futbol, Brasil, y posteriormente abrieron franquicias de sobornos por el mundo entero, los guiones se han apropiado del deporte.
Lance Armstrong fue el mejor actor del ciclismo que el mundo haya visto. La torre Eiffel le hizo caravana de respeto durante los siete años que lo vio pasar rápidamente frente a ella. Tuvo que ser en el confesionario mediático de Oprah Winfrey donde el actor confesó al mundo que sus peores actuaciones ocurrían cuando no participaba en eventos de importancia, es decir, durante sus entrenamientos. Los estimulantes como auto sobornos. La generación de niños que decidieron votar por él, de manera unánime, para que se convirtiera en prototipo aspiracional, poco le importó
El magnífico golfista Tiger Woods fue llevado a juicio popular por su obsesión a la infidelidad. Subyugado por el rating, uno de los pocos dioses que concentran gran poder, Woods trata de regresar al horario prime time gracias al presidente Obama, quien se niega a mostrar fotografías de ambos jugando golf por aquello de la transfusión de imagen.
La empresa Nike, que durante años explotó a los trabajadores de maquiladoras asiáticas, ahora decide retirar su patrocinio a Oscar Pistorius, detenido en Pretoria por el presunto asesinato de su novia, Reeva Steenkamp. La empresa icono que inmortalizó el salto cósmico de Jordan, hace ya algunos años, decidió retirar de su página web la publicidad actuada por Pistorius. La creatividad del guionista pidió a Pistorius decir una frase profética: “I’m the bullet in the chamber”, o lo que es lo mismo, Soy una bala en la recámara.
El deporte después del Marketing (d.M) rompe con sus orígenes atenienses: más alto, más fuerte, más rápido. En efecto, todo ello sucedió antes del Marketing (a.M). Ahora, su espíritu es: Más espectáculo, más corrupción, más odio.
Más espectáculo (lo que conlleva al ascenso de los ídolos arrastra masas), más corrupción (lo que se traduce a engañar al mayor número de fragmentos de masa global que alimenta a su auto estima a través del deporte), más odio (el señor Jean-Marie Le Pen nos puede dar lecciones de xenofobia después de que, en el Mundial de Futbol de Francia, correlacionara el color de piel de los jugadores de la selección gala, con el conocimiento de la Marsellesa, el himno nacional.
Anteriormente nadie conocía que la FIFA tuviera un brazo judicial encargado de velar por la limpieza deportiva. Hoy, el nombre de Ralf Mutschke tiene un protagonismo mayúsculo hacia el interior de uno de los organismos más oscuros en el concierto global. Mutschke trabaja 24 horas tratando de limpiar la trama de los partidos arreglados. El mercado global de la corrupción de futbol se estima, en tiempo real, de 700 partidos, incluyendo a la Champions, torneo en el que participan equipos cuyas alineaciones no tienen nada que envidiar a Poseidón, Zeus, Venus, Hades, Atenea, entre otros nombres sagrados de tiempos memorables. ¿Sería una sorpresa relacionar al apellido Berlusconi con mafias enquistadas en su equipo Milan? La cúpula de la UEFA sabe que poseen el activo esteticista con mayor valor mundial. Si lo derrochan, los aficionados al futbol quedarán desolados.
Lo que es cierto es que, desde hace años, la sorpresa dejó de presentarse a la luz de los casos de corrupción. La Juventus descendió a la segunda división después de que revelaron apuestas alrededor de sus resultados. ¿Jorge Vergara (a quien odian en Costa Rica por haber desfondado financieramente al equipo Saprissa) es un dirigente de fiar?
La Europol (policía europea coordinada) también hace pesquisas sobre el futbol. Los recientes resultados arrojan sus sospechas sobre 380 partidos; las huellas globales apuntan a Singapur como sede de mafias.
La crisis del euro estrangula a plantillas de equipos; la crisis de corrupción en España también lo hace sobre la confianza. Iñaki Urdangarin, ganador de medallas olímpicas, utilizó su doble imagen, la monárquica como la deportiva, para cobrar contratos abultados de euros.
Mario Balotelli ya se acostumbró a escuchar a la tribuna que le recuerda que “no hay italianos negros”. El propio Berlusconi, antes de que lo contratara para su equipo, hizo sorna sobre el jugador al declarar que su persona no le parecía atractiva. Sobra decir que el contexto de la frase no respondía a la calidad técnica del jugador.
El comentarista mexicano José Ramón Fernández hizo eco de la sospecha que arrojó la final de campeonato entre América y Pumas de la UNAM en 1985. El estadio queretano llamado Corregidora, fue la sede de una infracción cometida por un jugador americanista que hasta un mal observador hubiera detectado. El árbitro, Joaquín Urrea, un cuarto de siglo después, declaró que no se arrepiente de no haber marcado penal en contra del América. ¿Se compró el partido? O qué decir de la sospecha fraternal de aquella final del bostezo insólito en el que América remontó un marcador adverso en contra de su hermano, el Necaxa.
Para disimular la frustración del lema: más espectáculo, más corrupción, más odio, lo mejor es disimular y pensar que el Milan embrujó al Barcelona en el Giuseppe Meazza.