Hojeando el diario español El País, me topé con una nota pertinente en título, contenido y, aunque creo que ellos no lo sabían, en contexto: “Los Beatles y la isla de los condenados: cómo fue la guerra psicológica del Reino Unido en Malvinas” (9/08/17) --véase: http://bit.ly/2vzArvg--.

 

Hace días, apunta el diario, el ministerio de Defensa británico desclasificó 189 páginas de documentos “ultrasecretos”; entre ellos, los panfletos desmoralizadores con los que el gobierno de Thatcher buscaba atemorizar a los jóvenes soldados argentinos y fomentar deserciones entre estos.

 

Soldados de las fuerzas argentinas: están uds. completamente a solas. Desde su patria no hay esperanza de relevo o ayuda. Pronto caerán sobre uds. los rigores de un invierno cruel y despiadado (…) Sus familias viven en el tremendo terror de que nunca volverán a verlos”, dice uno de los papeles probablemente arrojados por avión sobre las Islas.

 

Otro ejemplo, que parafrasea el excombatiente argentino Mario Volpe, era el que apelaba a las coincidencias mundanas --como Los Beatles-- y no a la inminencia del dolor: “Compartimos la misma música cuando éramos jóvenes, ¿qué sentido tiene ahora que peleemos?”. Chantajes emocionales desde todas direcciones.

 

La guerra psicológica no está diseñada para comunicar la verdad --aunque haga uso de ésta-- sino para sembrar dudas. Su razón de ser es apelar a los instintos, miedos y deseos más básicos del hombre --autoconservación, dolor, trascendencia--. ¿Por qué? Porque cuando una actividad que realizas se va a esos términos, es muy fácil ponerla en duda.

 

Si bien Volpe declara que la guerra psicológica no causó deserciones argentinas, su medida real de éxito no es --no puede ser-- el número de estas, sino algo mucho más difícil de cuantificar: el miedo paralizante, que en términos prácticos habría sido como desertar.

 

Los mexicanos seremos bombardeados con artillería psicológica-política por la elección de 2018. Y la llamo así --y no eufemísticamente “campañas de contraste”-- porque eso será: escenarios catastróficos de país contra escenarios catastróficos de país. Miedo contra miedo. Suma cero. Guerra en el cerebro. Autoconservación o desastre. Y aplica para todos.

 

López Obrador ya gobernó la capital y ésta no se convirtió en la Venezuela actual. Pero PRI, PAN y parte del PRD se empeñan en asociar a éste con inflación incontrolable, expropiación arbitraria y tentaciones autoritarias, principalmente por el conflicto de 2006 --mi principal crítica hacia él es programática, no dogmática y mucho menos panfletaria o difamatoria; dichos comportamientos nos hacen menos democráticos y analíticos--.

 

Y de manera muy burda y paranoica, López Obrador señala que PRI y PAN son genéticamente iguales, que no hay esperanza de mejora con ninguno de ellos, y que forman esa “mafia del poder” que lo único que busca es hacernos más pobres y sumisos mediante un acuerdo tácito en torno a un modelo neoliberal rentista, y un pacto de corrupción bi o tripartidista con la cúpula empresarial diseñado para evitar “un cambio verdadero”.

 

Para 2018, el gobierno británico son los actores políticos, y los soldados argentinos la ciudadanía mexicana. Pero lo más importante es que no desertemos de la política. Ésta, siendo un guerra de posiciones, probabilidades y percepciones, causa bajas ciudadanas en un sentido figurado: muchos no soportan ya la guerra --y guerrilla digital-- psicológica que emprenden los políticos, en lugar de verse las caras más seguido.

 

López Obrador no acepta debatir con nadie “que no sea Salinas”, y los partidos tradicionales y sus estructuras prefieren difamar constantemente al tabasqueño porque es más sencillo que cuestionar su programa --mismo que está en su último libro “2018: La salida”, y que analizaré lo más objetivamente posible la próxima semana en este espacio--.

 

Cuando hablamos de una política distinta y mejor, hablamos de un justo equilibrio entre esperanza, resultados y visión de futuro; no de quién atemoriza más a la sociedad.
@AlonsoTamez

 

 

caem

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