México tiene un entendimiento sui generis de la palabra negociar. Negociamos lo que no es negociable y reprimimos lo que es negociable.

 

La matanza de 1968 marcó, en buena medida, la forma en que se ha entendido el concepto negociación en México. Las autoridades siempre tienen miedo de ocupar las fuerzas defensivas cuando hay un grupo que se brinca la ley, pero sin duda reprimen cuando perciben cierto aislamiento o cierta afectación a sus intereses.

 

Hace unos días fue detenida Evelyn Barreto, una persona opositora a la Supervía Poniente. El origen de su detención fue una protesta dos años atrás. La constructora la denunció por el robo de unas láminas que ella sólo había reubicado y que tenían un mísero costo de 300 pesos. Represión pura.

 

De manera sincronizada con la detención de Evelyn Barreto, unos encapuchados tomaron la Rectoría de la UNAM. Para sí mismos, son héroes que van de universidad en universidad combatiendo las injusticias del mundo y tirando el prestigio de la universidad pública. Unos piden represión, otros piden salida negociada. La tradición y los momios llevan a una salida negociada... en lo obscurito.

 

La UNAM es un territorio privado en el que la policía sólo puede entrar a petición de parte. La Rectoría ha sido tomada muchas veces por distintos actores, esta toma no es una más y no es el fin de la universidad. Sin embargo, contribuye a la polarización, la molestia y la sensación de que la universidad es cíclicamente rehén de grupos radicales que en el discurso reclaman injusticias que no merecen la más mínima atención, pero que en la práctica parecen ser tan sólo peones de juegos políticos más complejos.

 

La violación constante de la autonomía universitaria durante el 68 dio pie a un celo extremo por la Ciudad Universitaria y la convirtió en un estado dentro de otro, una especie de Vaticano herético, cuyas fronteras no pueden ser tocadas. La única excepción fue la huelga estudiantil de 1999, que dio lugar a la entrada de la Policía Federal en febrero de 2000. Aun así, a muchos dolió la llegada de esos “cascos azules” a territorio autónomo.

 

La toma de Rectoría, estrictamente, tendría que acabar de una manera similar. La institución solicita la intervención de la autoridad policial para sacar a los encapuchados. Es como si unos rebeldes tomaran nuestras cocinas, cada uno de nosotros estaría en la libertad de denunciar el delito. No denunciarlo y negociar es quizá lo tradicional, pero en todo caso la toma de Rectoría se resuelve con una denuncia en el Ministerio Público y con la intervención de la policía. Esto es, sin embargo, muy desarrollado para nuestras tradiciones políticas.

 

No deja de parecerme absurda la coincidencia: a quien se manifiesta por oponerse a una obra que destruyó y partió en dos a una colonia tranquila, se le denuncia por haber levantado el polvo. Al que se excede, se le tiende la mano y se le dan meses para negociar antes de pedir el auxilio de la fuerza pública.

 

Desconozco las implicaciones para la vida académica de esta toma. Tal vez no sean muy grandes, pero no me sorprendería que la toma de la Rectoría de la UNAM tarde meses en resolverse. Difícilmente las autoridades se animarán a pedir la participación de la fuerza pública en el Vaticano de los herejes. Aun así, los encapuchados se quejarán de la represión. Sin embargo, en protestas de otra naturaleza seguiremos viendo la represión quirúrgica.

 

Así funciona la política nacional, no nos sorprendamos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *